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Patricia Bath


Agradecí que la cama del hospital fuera mullida y amplia. Desde la operación no había podido dormir. Me torturaba no poder moverme. Y ese olor a desinfectante me aturdía.
          Su visita lo alteró todo. Llevaba dos décadas en absoluta oscuridad. Resignado a las tinieblas y a vivir en las calles; a sobrevivir de la caridad. Una segunda oportunidad, una nueva vida dijeron. Que me operarían gratis. Querrán algo cambio pensé. Y, además, ¿y si no funciona? Sería como volver a perderlo todo. Que confiara dijeron. Que confiara… ellos no han vivido en el asfalto.
          En mi juventud trabajé en una ferretería. Postrado en la cama, y sin poder moverme, intentaba distraer mi mente recordando los nombres de las herramientas, la métrica de los tornillos, de los tacos o la tabla de conversión a pulgadas. El reposo fue desolador.
           —Buenos días, Deion —me saludó la doctora con su agradable voz—. Llegó el gran momento. Voy a sacarte todo esto.
           Noté cómo manipulaba las vendas que protegían mis ojos. Su dulce perfume. Sus manos expertas. Me sentí desfallecer. Mi corazón ardió y golpeó mi pulso. Iba a estallar. Me agarré con fuerza a la silla donde me habían sentado. Y clavé mis uñas en los reposabrazos de madera.
           —No abras los ojos de golpe —me advirtió con dulzura—, llevan mucho tiempo a oscuras. Primero confórmate en disfrutar de la luz que atraviesa tus párpados. Es la señal de que hemos extirpado con éxito las cataratas. No corras. Yo te avisaré.
           Tal como dijo los primeros rayos de luz atravesaron mis párpados y llegaron a mis pupilas. Me invadió la emoción, y pensé que el milagro se había producido. Me hubiera conformado con eso, con un teatro de sombras. Y esperé intranquilo su señal para poder abrir los ojos. El júbilo se fue apoderando de mí mientras ella seguía trasteando.
             —Ábrelos muy, muy despacio y si te es doloroso ciérralos con suavidad. Verás algo borroso, date tiempo, ¿vale?
             Así fue al principio, solo claroscuros. Todo se movió a mi alrededor sin control. Me mareé. Luego, despacio, las imágenes se fueron definiendo.
             —Qué bonita sonrisa tiene usted, doctora Bath.
             —Es la alegría que me produce verte feliz, Deion.
             —Doctora, ¿es usted negra?  
             —Si, soy de Harlem como tú.
             —¿No le han dicho nunca que es usted valiente; toda una guerrera? Mi heroína...
             —Gracias, Deion… jajaja
             —Gracias a usted por devolverme la vista, y con ella mi dignidad. ¿Puedo abrazarla, doctora?
             —Si.


Este microrrelato participa en la iniciativa de @hypatiacafe sobre #PVenfermedad



ESTE MICRORRELATO ESTA INSPIRADO EN PATRICIA BATH 
https://en.wikipedia.org/wiki/Patricia_Bath

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