Había que aguantar unos días más, solo unos días. Se repetía Valentina. Estaba todo organizado y a punto. Si todo salía bien, como debía ser, se sentiría la mujer más afortunada de la Unión Soviética. Y sin duda habrá valido la pena asumir el riesgo. De camino a la casa familiar Valentina hizo una parada en el economato donde cada quince días se podía adquirir ternera. Llevaba dos años contándole una patraña a su madre y quería cocinar algo especial para ella ese fin de semana. Mientras sujetaba con el brazo izquierdo la compra, introdujo la llave en la cerradura de la puerta y la abrió apoyándose en ella de espaldas. —¡Madre! ¡Soy yo! —gritó cerrando la puerta con un fuerte puntapié que hizo vibrar los cristales de las ventanas. ...
Aprendiendo a narrar historias inspiradas en la ciencia y en sus protagonistas. Adicta a los libros y a los de divulgación en especial. Editora en @hypatiacafe