Cuando me lo trajeron como aspirante a repartidor en la llibreria, Michael me pareció casi un mendigo; calzones zurcidos con la faja deshilachada y chaquetilla con los alamares descosidos, oscuro y grueso pelo ondulado y expresión traviesa como la de la mayoría de los chicos de su edad que no acuden demasiado a la escuela. Pero ya se vislumbraba en él un temple poco común. Ni tan siquiera pensé en la posibilidad de que se acordara ya de mi y el anuncio de su visita alteró mi ánimo. ― ¡Sr. Riebau, cómo me alegro de volver a verlo! ―me dijo Michael mientras estrechaba mi mano con fuerza. ― Hola, muchacho, a mi también me alegra ver al hombre en el que te has convertido ― le contesté junto a una sincera sonrisa. ― No sabe cuántas veces he pensado en venir a verlo, pero la vida te arrastra, ya sabe ―siguió ―. Al enterarme de que se había caído de esa vieja escalera, la que accede a las estanterías superiores, no me lo pensé más, y aquí estoy. Nos sentamo
Aprendiendo a narrar historias inspiradas en la ciencia y en sus protagonistas. Adicta a los libros y a los de divulgación en especial. Editora en @hypatiacafe