A Anton le había dolido la maldita muela del juicio durante toda la noche, por lo que había dormido de forma discontinua. Se prometió acercarse, ese mismo día, a casa de su amigo boticario para que le diera su opinión. Sin embargo, le pudo más la curiosidad. Se vistió con la bata y bajó al estudio sin dejar de escarbar el diente con un bastoncillo. Como de costumbre colocó las ventanas de manera que la luz reflectara en su escritorio. Escogió uno de sus pequeños microscopios del cajón derecho de su escritorio, y se dispuso a montar la nueva lente que había pulido con enormes dosis de paciencia. Se proponía examinar si era cierta la exquisitez de la nueva seda natural que le había llegado la semana anterior. A la vez que anhelaba comprobar si la nueva lente era mejor que las anteriores. Siguió hurgando entre los dientes. Cuanto más profundizaba entre sus molares más parecía que apaciguaba el dolor. De pronto el bastoncillo se introdujo en un agujero de entre d
Aprendiendo a narrar historias inspiradas en la ciencia y en sus protagonistas. Adicta a los libros y a los de divulgación en especial. Editora en @hypatiacafe