Con tan solo veintiún años, Mila ya había endurecido su carácter. Sabía que su pasión y maestría por las matemáticas la aislarían del mundo. Y que durante toda su vida tendría que lidiar con el obstáculo de ser mujer, además de cojear de manera ostensible debido a una artritis congénita. Su coraje no la protegió de la tribulación del primer día de clase en la Escuela Politécnica de Zúrich, una de las pocas universidades que aceptaban mujeres en la Europa de 1896. Decidió dar un paseo desde el piso que compartía con otras estudiantes. Mientras se fue acercando, la universidad le pareció cuatro veces más grande que la de su país, Serbia, en donde su padre solo pudo conseguir que la dejarán asistir a las conferencias de física que estaban reservadas únicamente para hombres. La universidad estaba vedada a las mujeres. Sonrió de placer al pensar que pronto podría acceder a todo el conocimiento albergado en esos majestuosos muros. Quiso subir las escaleras de la en
Aprendiendo a narrar historias inspiradas en la ciencia y en sus protagonistas. Adicta a los libros y a los de divulgación en especial. Editora en @hypatiacafe