Cuando llevaba cinco años viviendo en la Tierra, empecé a pensar que estaba en el lugar equivocado. Que me había pasado de parada. Me sentía como una extraña entre mí propia especie: alguien que entendía las palabras, pero no sabía hablar el idioma; que compartía una misma apariencia con el resto de humanos, pero ninguna de sus características fundamentales. Me sentaba en una tienda de campaña triangular y multicolor—mí nave espacial— en el jardín de casa, ante un atlas abierto, y me preguntaba qué tendría que hacer para despegar a mí planeta natal. Y al ver que eso no funcionaba, acudí a una de las pocas personas que pensaba que, tal vez, me entendería. —Mamá, ¿hay algún manual de instrucciones para humanos? Me miró perpleja. —Si, ya sabes…una guía, un libro que explique por qué las personas se comportan como lo hacen. No estoy segura—descifrar las expresiones faciales no era, no es y nunca ha sido mí fuerte—, pero en aquel
Aprendiendo a narrar historias inspiradas en la ciencia y en sus protagonistas. Adicta a los libros y a los de divulgación en especial. Editora en @hypatiacafe