Kogi abrió los ojos sin saber quién era ni dónde estaba. Oscuridad, olor a humedad y a algo dulzón. La confusión la atemorizó. Alzó la vista. Solo pudo ver un trozo de cielo azul amenazado por nubarrones. Recordaba… Había caído por un socavón del terreno que permanecía cubierto por maleza mientras corría detrás del uapití. No era demasiado profundo, así que solo había que trepar unos metros. Al intentar incorporarse la atravesó un dolor que la obligó a doblarse hacia delante. Cuando llegó al suelo, al caer se había clavado su propio arco en un costado del abdomen. Instintivamente se lo extrajo con rapidez lanzando un grito estremecedor. Había que taponar la herida. La vendó con tiras de cuero que fue arrancando de su atuendo. Contó hasta tres e intentó ponerse de pie. Imposible. Definitivamente era inviable levantarse y trepar. No muy lejos, se oyeron los chillidos de júbilo de Dunkele. Kogi dedujo que el enorme uapití al que perseguían se había rend
Aprendiendo a narrar historias inspiradas en la ciencia y en sus protagonistas. Adicta a los libros y a los de divulgación en especial. Editora en @hypatiacafe