Cuando decretaron el confinamiento me encontraba en casa de la tía Amalia.
Vive sola en el pueblo de los abuelos y la había ido a ver el fin de semana. La
tía es una de las personas más interesantes que conozco, además la muerte de
mamá nos había unido de forma especial, así que no me importó encerrarme con
ella.
En nuestro
dieciseisavo día de reclusión decidimos ver nuestra dieciseisava película. Le
tocaba escoger a ella.
—Mira, Inés —dijo
mientras observaba la pantalla del ordenador con interés —, en esta plataforma
dan “Viaje al centro de la tierra”. Recuerdo que me gustó, está basada en
una novela de Julio Verne ¿lo conoces?
—Si..., tía —protesté
arrastrando las palabras—, se quién es Julio Verne.
—¿Y sabes que fue el primero
en crear un relato en el que se mezclara una trama aventurera con hechos del
mundo científico?
No, no lo sabía. Entonces,
la observé detenidamente mientras leía la ficha del filme. Pensé, que no
necesitaba teñirse como la mayoría de las mujeres de su edad. Solo resaltaba un
tupido mechón blanco resbalando por delante del ojo derecho, para luego posarse
sobre las gafas de pasta negra que hacían equilibrios sobre su nariz
respingona.
—Hay dos filmes
—siguió—. La original con James Mason de 1959 y otra del 2008.
Por supuesto, me
negué rotundamente a ver la antigualla. Sorprendida de lo bien que se manejaba
con las nuevas tecnologías tía Amalia, pasamos a conectar el portátil al
televisor. Luego, nos acomodamos en el sillón amarillo de la acogedora sala
toda ella de madera de pino.
La película
resultó ser de aventuras y de acción. De dinosaurios y plantas exóticas
devoradoras de hombres. Cuando terminó, tía Amalia fue a por pan con chocolate
para merendar y me preguntó si me había gustado la película.
—Si, ha sido
emocionante. Lo que no comprendo es que si Julio Verne basaba sus historias en
los conocimientos científicos, ¿cómo puede ser que imaginara todo un mundo
dentro de la tierra?
—Pues, porqué en el
siglo XIX se creía que nuestro planeta era hueco. Y él por muy inteligente y se
documentara minuciosamente, era hijo de su tiempo. Luego, su desbordante
imaginación hizo el resto.
—Es magma lo que hay,
¿no? —dije precipitadamente, pero luego recapacité —. ¿Qué hay realmente en el
centro de la tierra?
A la tía, cuando se
le pregunta sobre la naturaleza de las cosas se le dibuja una traviesa sonrisa
en el rostro y sus grandes ojos verdes adquieren un brillo especial. Y es
entonces, cuando sé que me va a gustar la historia.
—La que descubrió lo
que hay en el centro de la tierra fue una chica danesa llamada Inge Lehmann. Y
el mundo no lo supo hasta que en los años treinta, del siglo pasado, publicó un
libro con sus investigaciones.
—Cuéntame
su historia—dije con sincero interés remolinándome en mí lado del sillón,
descalza y con las piernas recogidas.
—Inge,
de muy pequeña, estaba fascinada por el mundo en que vivimos. Tuvo la suerte de
poder acudir a una escuela en la que niños y niñas estudiaban juntos. Esto
ahora nos parece normal, claro, pero piensa qué te hablo del siglo XIX y eso
era muy, muy raro. A las chicas no se les permitía estudiar las mismas materias
que a los chicos.
—¿Por qué? —pregunté
sorprendida mientras arrugaba el entrecejo.
—Es una
cuestión compleja. Hablaremos de ello en otro momento, mejor termino la
historia de Inge.
Acepté,
quería saber lo que hay dentro de la tierra, pero me propuse sacar el tema en
otra ocasión. No podía comprender tal estupidez.
—Inge
sacó la nota más alta para acceder a la universidad —siguió tía Amalia— y
estudió matemáticas, química y física. Facilitas todas, ¿verdad?
Guiñó su ojo
medio escondido por el bello mechón blanco y prosiguió.
—Después de
terminar las tres carreras, se tomó un tiempo para digerirlo y luego volvió a
la Universidad de Copenhague para trabajar en el departamento de sismología. El
profesor Niels Norlund la envió a montar varios observatorios sísmicos en
Dinamarca y Groenlandia.
—Sismología
es la disciplina que estudia los terremotos, ¿verdad? —interrumpí.
—Así
es.
—Que todo
se ponga a temblar ha de ser aterrador —verbalicé al imaginar como la tierra
revienta a tus pies y no tienes donde refugiarte.
—Inge
estaba segura que para descubrir lo que había en el centro de la tierra tenía
que estudiar a fondo como se producían los terremotos. En 1929 hubo uno de muy
grande en Nueva Zelanda y Inge se puso a analizar obsesivamente los datos
recogidos por los aparatos, los sismógrafos, que medían la fuerza de los
terremotos. Entonces observó que había diferencias o discontinuidades de
velocidad y dirección de las ondas P al llegar al centro de la tierra. A este
fenómeno se lo ha bautizado “discontinuidad de Lehmann” en su honor.
—¡Stop! ¿Qué
son las ondas P? —interrumpí
—Upps! Voy muy
deprisa —se disculpó tía Amalia—. Las ondas P son un tipo de ondas sísmicas. Y
ahora, te estarás preguntando qué son las ondas sísmicas. Pues, son un tipo
unas ondas elásticas ...
Se calló
de pronto al ver mi rostro de extrañeza.
—¡No
pongas esa cara! — rió para seguir contando—. Imagínate que tienes un lado de
la manguera de la terraza enroscada en el grifo y en la otra, que está en el
otro lado de la terraza, porque no la recogiste el día anterior, estás tú que
la sostienes para regar las plantas. Con el difusor de la manguera en la mano
te diriges el grifo para abrirlo, entonces te das cuenta que en su mitad cuelga
un escorpión. Das un respingo e instintivamente provocas un movimiento rápido
de arriba abajo para hacer oscilar el tubo de goma y así expulsar al
bicho. Tu movimiento ha generado una onda que se propaga por toda la manguera.
¿Bien?
—Entiendo, tía.
Sigue.
—Recopilemos: Las
ondas P, que son ondas sísmicas elásticas, son las que se propagan por tierras
muy comprimidas en el interior de nuestro planeta. Su efecto, cuando alcanzan
la superficie, que en ese caso las llamamos ondas L, son las responsables de la
destrucción de carreteras y edificios.
—Vale, y
esas ondas P, al llegar al centro de la tierra, cambiaban de velocidad y
dirección. ¿cómo la reflexión de la luz al atravesar un vaso lleno de agua?
—Si, así
es.
—¿Y a dónde nos
lleva eso? —pregunté con media sonrisa.
—Inge, a través
de su metódico estudio, llegó a la conclusión que el núcleo terrestre estaba
formado por dos partes: una esfera interna de hierro sólido y una capa de
hierro líquido que la envolvía. El núcleo sólido flota libremente rodeado del
líquido, como si fuera un pequeño planeta dentro del nuestro, pero a
temperatura de miles de grados.
—¿Anda, hierro?
—pregunté sorprendida, pero ella siguió.
—Su
descubrimiento fue de gran importancia, ya que, hasta entonces, los científicos
creían que el interior de la Tierra era todo líquido, tipo lava ardiendo, como
tu misma dijiste, magma. Sin embargo, la gente de a pie, directamente, creía
que la Tierra era hueca como una caverna gigantesca en la que había océanos y
toda clase de criaturas viviendo allí, como en el libro de Julio Verne, en qué
está basada la película que hemos visto.
—¿Como
sabemos que la esfera del núcleo terrestre está formada de hierro? —insistí.
—Buena
pregunta. En realidad, es una aleación de hierro y níquel. Pero no sé con
exactitud cómo lo sabemos qué lo sabemos. Y siempre es bueno conocer el como se
llegó a tal o a cuál conclusión. Habrá que indagar. Cuando nos apetezca nos
ponemos a ello y lo averiguamos.
—Vale, me
gusta la idea de investigar contigo.
Y era
cierto, deseaba que se me iluminara el rostro como a la tía Amalia cuando
cuenta una historia, y para ello había que experimentar el júbilo de un
descubrimiento. Ella lo llama: el placer del conocimiento.
—Te diré
—prosiguió—, que gracias a Inge, no solo sabemos que el núcleo es de hierro
sólido, sino que además, lo es por la presión que ejercen las otras capas sobre
él, que tiene un radio de mil doscientos kilómetros (un poco más pequeño que la
Luna) y ¡la misma temperatura que la superficie el Sol!
—¡Achicharramiento
total!
Nos
reímos.
—Para
qué vayamos tomando nota, de lo mucho que nos queda por hacer, Inge vivió hasta
los ciento cuatro años y publicó su último artículo a los noventa y nueve.
—¡Guau!
—exclamé.
A partir de aquel día, al terminar la película siempre merendamos pan con
chocolate y abrimos nuestro particular cine-fórum. Cada una de nosotras aporta
alguna duda o incógnita que le haya aportado el filme. Entonces, si no
conocemos la respuesta la buscamos. Hablamos, argumentamos, nos reímos, hasta
discutimos de vez en cuando. Y así llevamos cuarenta y cuatro emocionantes días
encerradas.
Por cierto, ¿alguien puede
contarme como sabemos que el núcleo es una aleación de hierro y níquel?
Con esta entrada participo como #polivulgador
en @hypatiacafe con el tema #PVGeología
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