Como a todos los que buceamos a pulmón entre páginas escritas, me
gusta perderme en las librerías. El olor a papel y tinta sazonados con un pelín
de polvo augura siempre un viaje a través del tiempo a caballo de otras mentes.
Fui directamente a la estantería
del comedor, donde todavía ocupa un lugar de honor La vida maravillosa de
Stephen Jay Gould, con la esperanza de recordar qué fue lo que me sedujo de él
hace veinticuatro años. El motivo por el cual me lo llevé a casa desde la
librería y por qué sacudió mí intelecto.
Aunque ya tenía un cierto
interés en estos temas y había oído hablar de ellos, este libro sirvió para
configurar en mi cabeza lo que hasta entonces habían sido sólo esbozos.
En el lomo, el dragón símbolo
de la colección Drakontos. Me produjo un placer eléctrico abrir el libro
al azar. El polvo y varios traslados habían amarilleado sus ásperas hojas. Leí
un fragmento, me sorprendió la complejidad del párrafo. Me detuve en los
detallados dibujos de animales y plantas y pasé mis dedos sobre ellos esperando
un relieve inexistente.
Lo cerré y leí la
contraportada: "Este libro trata de contestar desde el punto de vista de
la ciencia las preguntas de qué significa la vida, por qué estamos aquí y de
dónde venimos"—¿Quién puede resistirse a resolver estas cuestiones?
—seguro que pensé, ese día en la librería.
Seguí leyendo : "Su
objeto central es la historia de la vida y su punto de partida, los
fósiles que se encontraron en 1909 en Burgess Shale, en Canadá: unos fósiles
que databan de hace 530 millones de años" Me agitó el entusiasmo de la
aventura al pasearme entre sinapsis al ir recordando los extraños y fantásticos
seres que me habían sorprendido al abrir el libro: gusanos regordetes con patas
en forma de cono, monstruos con cinco ojos y una trompa frontal con su garra
terminal, un ciempiés protegido con una carcasa de cucaracha y largas antenas,
una gamba con cabeza de mosca y palas nadadoras, otro plano como una coca, boca
con tentáculos y dos palpos. Todos ellos perfectos para una película de
terror.
En el momento del descubrimiento de los fósiles, se imponía la visión tradicional de la evolución como el proceso inevitable que conduce de lo más simple a lo más complejo, para culminar en la aparición del hombre. Una época y contexto científicos en los que esta interpretación tendió a incluir los espectaculares fósiles descubiertos como variantes primitivas de los phila (tronco o categoría) ya conocidos, en ocasiones forzando esta interpretación. Necesariamente habrían de ser más simples y menos variados que los posteriores.
Pero S.J. Gould hizo temblar
esta convicción al demostrar, ochenta años más tarde y con técnicas más
sofisticadas que la mayoría de ellos no pertenecían a ningún tronco actual. Era
como si la naturaleza hubiera jugado con prototipos animales y hubiera
descartado a la mayoría. ¿Pero, por qué y cómo?
Gould introduce la
contingencia, el azar, en la teoría de la evolución. El hombre deja de parecer
la culminación necesaria del progreso evolutivo, para mostrarse como algo que
ha surgido incidentalmente, en fecha muy reciente, cuyo destino puede ser la
extinción, como la de los dinosaurios o la de los preciosos animales de Burgess
Shale.
Todavía recuerdo la excitación
que me produjo el concepto de contingencia, el azar cómo uno de los motores de
la evolución y nosotros esclavos de ella. La evolución como cambio y no
como progreso. Mi ignorancia quedó al descubierto al comprender que existía
todo un mundo del que lo desconocía todo. Se me abrió la perspectiva de una
aventura sin precedentes en mí vida de la que no he podido prescindir desde
entonces.
La visión de las extinciones
masivas y el azar, como componentes o variables exógenas importantes en la
historia de la vida ha ido ganando aceptación, pero en aquella época no eran
aceptadas y yo me sentí que formaba parte de una importante revolución solo por
el hecho de haber comprendido.
Así pues, la representación
adecuada de la historia de la vida no sería un árbol con pocas ramas
principales en su parte baja y una progresiva proliferación de ramitas cada vez
más variadas en su amplia copa, sino un "matorral" en el que nacen
muchas ramas en su parte baja, gran parte de ellas son tronchadas sin
descendencia, y las que se ramifican son las supervivientes, repitiéndose el
esquema una vez tras otra.
S.J.Gould expone también su propia visión de la evolución biológica denominada "equilibrio puntuado", que aún hoy se debate acaloradamente. La ciencia funciona así. El equilibrio puntuado consiste en una alternancia de periodos de rápido surgimiento de formas nuevas (rápida en términos evolucionistas, lo cual pueden ser varios millones de años) seguida de periodos, que pueden ser muy largos, de estasis o equilibrio en los que el cambio evolutivo es relativamente menor. Los episodios de rápida emisión de formas nuevas serían en esta visión probablemente la consecuencia de extinciones masivas o de cambios bruscos en el medio, y serían seguidos por una competencia creciente entre las nuevas formas de vida que trunca muchas de ellas y promueve la adaptación cada vez más afinada y especializada de las supervivientes, sin permitir fácilmente nuevos phila.
Hacia el final del libro
Gould, guarda una sorpresa para el lector. Un animalito cintiforme, de cinco
centímetros de longitud, al que apodaron Pikaia. Su descubridor, Simon Conway
Morris, clasificó Pikaia con los gusanos poliquetos. En estudios posteriores a
una treintena de ejemplares se llegó a la firme conclusión de que no era un
gusano si no qué se trataba de un cordado (que posee esqueleto) un miembro de
nuestro propio tipo, el primer miembro conocido de nuestra ascendencia. Gould
deja claro que no afirma que ese pequeño cordado sea el antepasado real de
todos los vertebrados, otros, aún no descubiertos, podían haber vivido en los
mares del Cámbrico. Lo que sí es cierto es que en esa época los cordados y por
extensión nosotros, se enfrentaron a un delicado futuro de extinción. Los
humanos podríamos no haber surgido nunca.
Así que a la pregunta ¿por qué existen los humanos?, una parte principal de la respuesta es porque Pikaia sobrevivió a la extinción del Cámbrico.
Estoy convencida de que, al
terminar y cerrar el libro, hace veinticuatro años, debí suspirar y pensar en
lo complejo que era todo y que poco sabía yo de ello. Para mí, este libro
y luego muchos otros, han sido como una brújula en el desierto. Un microscopio
para ver lo más pequeño y un telescopio para lo grande.
Con esta entrada participo como #polivulgador de @hypatiacafe sobre el tema #PVreferentes
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