En esta historia hay mucho tesón. Su protagonista es una enfermedad que
esparció el terror sobre todo el planeta y dejó tras de sí millones de muertos
y rostros desfigurados, la viruela.
Empezamos en Constantinopla en
el año 1716 y con una mujer inteligente y decidida, Mary Montagu, a la que le
dediqué un cuento. (Si os apetece podéis leerlo aquí). Ella misma fue víctima
de la viruela y la primera que intentó librarnos de ella a través de una
práctica extendida por aquel entonces en el imperio turco, el injerto.
Luego, en 1796 Edward
Jenner comenzó con lo que posteriormente daría lugar a la vacuna: un ensayo con
muestras de pústula de la mano de una granjera infectada por el virus de la
viruela bovina, y lo inoculó a un niño de ocho años tal como hizo Mary
anteriormente. No sabemos si Edward llegó a oír hablar sobre las proezas de
Mary, pero no importa.
Y así, con un gran
salto, llegamos a 1966 cuando la OMS (organización mundial de la salud) se
propuso eliminar de la faz de la tierra a la viruela. Para ello lanzó una
campaña masiva de vacunación. Pero a pesar de algunos éxitos, el programa
fracasó globalmente, lo que obligó a la organización a analizar su
estrategia.
Empezaron por sopesar las
actitudes de los agentes de salud. Se averiguó que en la India los superiores
de dichos agentes los sancionaban cuando no conseguían frenar la enfermedad en
su zona. Para no perder su empleo, los agentes no comunicaban a sus jefes las
detecciones de los nuevos casos, obstaculizando la localización de personas de
riesgo.
Además, durante las
campañas de vacunación en masa, los agentes de salud tenían encomendado vacunar
al máximo de personas en situación de riesgo en el menor tiempo posible, por lo
que dirigían sus esfuerzos hacia grupos grandes fácilmente accesibles como
escolares o adultos que aceptaban fácilmente vacunaciones repetidas, y dejaban
de lado poblaciones de zonas retiradas.
Entonces, la OMS ideó un
plan totalmente distinto que consistía en recompensar financieramente a los
agentes de salud por cada nuevo caso descubierto. Estos recorrieron
pueblos, mercados, hablaron con los responsables religiosos, los nómadas y los
refugiados enseñándoles cómo identificar a un infectado por la viruela. En dos
o tres horas, equipos pequeños de cuatro personas, eran capaces de detectar el
80% de casos de viruela en unos treinta y cinco kilómetros cuadrados. Después,
iban casa por casa para vacunar a todos los que estuvieran en riesgo, como
familiares y amigos. ¡En la India y en Bangladesh se efectuaron alrededor de
mil millones de visitas a familias!
El éxito fue arrollador.
En 1977, en Somalia, se detectó el último caso de viruela y en 1980 se
consideró oficialmente erradicada. En consecuencia, se suspendió la vacunación habitual
de toda la población porque ya no había necesidad de prevenirla.
Las razones de tal éxito
fueron de variada índole. En primer lugar, por las características de la propia
enfermedad: es fácil detectar a las personas afectadas por la viruela por las
marcas que dejaba en el rostro; es una enfermedad exclusivamente humana, no
existe la versión del virus en animales --como ocurre con la fiebre amarilla o
la peste-- y no se puede transmitir con una picadura de insecto --como la
malaria--; la viruela es poco contagiosa; cuando el enfermo sobrevive queda
inmunizado de por vida;
Luego están los factores
humanos: en 1960 hubo un compromiso internacional, real, para erradicar la
enfermedad; no olvidemos el tesón de A. Henderson, epidemiólogo que dirigió la
campaña de vacunación que consiguió erradicarla; y los agentes de la salud que
no dejaron de visitar pueblos remotos y zonas en guerra.
Por supuesto, hay muchos factores diferenciadores entre la viruela y el covid19, pero me dio que pensar al ver las imágenes de los crematorios en la India .
Con esta entrada participo como #polivulgador de @hypatiacafe sobre #PVsalud
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