No tengo el placer de
conocer a Katalin, no obstante, estoy segura de que
le preocupaba, y le preocupa, el futuro tanto
como a mí.
De hecho, la incertidumbre, el no saber que pasará mañana, da
miedo. El futuro da miedo. Escasez de agua potable, sequías, terremotos,
inundaciones, destrucción, terrorismo, gobiernos inestables, superpoblación, pobreza,
hambre, guerras, bomba atómica, desplazados,
inmigración, violencia sexual, explotación infantil, entropía medioambiental, microplásticos
que caen del cielo, virus mortales, el maldito cáncer, bacterias resistentes. Y
por supuesto, tengamos presente que los casquetes polares no están esperando a
que decidamos si el cambio climático existe o no. Subirá el nivel del mar y los
climas serán extremos.
Ante tal panorama, y con ayuda de algunas fuentes periodísticas,
una gran mayoría no puede dejar de imaginarse un futuro distópico como el de
"El mundo feliz" de Huxley. el de Orwell en "1984" y películas
como “Blade Runner” o “Gattaca”
—Vale, vale, todo esto es horrible y no es sostenible en el tiempo,
pero… ¿Se puede arreglar? —se pregunta constantemente la joven Katalin.
Intento ponerme en su piel y me la imagino cuestionando que podía
hacer ella para convertir en sostenible lo insostenible. Porque también hay
avances científicos, arte, belleza y conocimiento. No dramatiza, sino que se
fuerza a recordar todo lo que hemos sido capaces de hacer a lo largo de la historia para llegar hasta aquí.
Katalin, no quiere ser una activista climática como Greta
Thunberg, porque no acepta que estemos asistiendo al castigo de la diosa Gaia
por nuestros pecados. Y sabe que nunca sería protagonista de un capítulo de
Black Mirror debido a que no sufre del síndrome de Frankenstein.
No basta con arrepentirse y regresar al paleolítico. Sabe que los
actos individuales de congoja y vida eremita no tienen un impacto importante en
un mundo habitado por casi ocho mil millones de personas, y en el que pronto
habrá muchos miles de millones más.
Es qué Katalin es una amante de la ciencia y la tecnología, cree
que con el suficiente empeño casi todo puede arreglarse. Hay que actuar.
Los grandes cambios globales, para bien o para mal, siempre son
consecuencias de disruptores tecnológicos como, la imprenta, el teléfono, la
electricidad, el ferrocarril, el motor de
combustión, internet y un largo etcétera. Así qué Katalin lo tiene claro: las soluciones implican grandes
cambios tecnológicos.
¿No sería una solución para nuestra demanda constante de energía
la anhelada de fusión nuclear? Mejores baterías intermitentes de las
fuentes renovables; métodos de captación y almacenamiento de CO2; biotecnología
para desarrollar nuevos materiales con menor impacto medioambiental; cultivos aéreos
sin suelo, transgénicos para alimentar más y mejor, y un largo etcétera.
Soluciones, no lamentos.
¿Y si pudiera hacer que desapareciera el cáncer?, se plantea
Katalin. Buscar, interpretar, modificar el más íntimo y primordial mapa de
instrucciones: nuestro ARN mensajero, además, podría transmitir optimismo.
Sonríe. Contagiar la idea de que casi todo es posible si nos ponemos a ello.
Eso sería bueno. Y así lo hizo.
Su trabajo, de momento, no ha dado con la solución definitiva para
el cáncer, pero sí de pistas importantes, sin embargo, ha salvado la vida a
miles, o más bien cientos de miles, de personas sentenciadas a morir de
covid19. Así funciona la ciencia.
Hay que despolitizar estas cuestiones y ser optimistas si queremos
cambiar ese futuro sombrío en el que nos gusta regodearnos y que tanto miedo
nos da, y con razón.
A Katalin Karicó, bioquímica húngara, le han otorgado el premio Nobel de
fisiología o medicina este 2023, junto al inmunólogo estadounidense Drew
Wieissman por sus investigaciones sobre el ARNm. Su trabajo contribuyó a crear
la vacuna del covid19 y en tiempo récord.
Katalin,
ya con un doctorado a sus espaldas, y su marido Bea Francia se fueron de la
Hungría comunista en 1985. Como las autoridades del país no dejaban sacar más
de 100 dólares tuvieron que esconder todo su capital, que ascendía a 1.200
dólares, en el osito de peluche de su hija Susan de dos años. Una vez en Filadelfia,
al no tener contactos ni billete de vuelta, tuvieron que aprender rápido a
sobrevivir.
En
Filadelfia, Katalin participó en un ensayo clínico pionero que incluía ARN de
doble cara con la finalidad de tratar el virus del SIDA, que era mortal en
aquellos años, que no logró resultados positivos.
En 1990, siendo
docente de la Universidad de Pensilvania, presentó su primera solicitud de
financiación para el desarrollo de una terapia fundada en ARNm. A partir de
entonces empezó un verdadero viacrucis para que confiaran en ella y obtener financiación.
A punto estuvo de abandonar cuando un golpe de suerte la cruzó con Derew
Wieissman, un inmunólogo interesado en terapias basadas en ARNm.
A partir
de entonces trabajaron codo con codo, ella como bioquímica y el como inmunólogo.
Incluso fundaron una pequeña empresa.
Lo que
consiguieron es convertir el ARNm en un libro de instrucciones que enseña a las
células a defenderse por si mismas. Una especie de manual de usar y tirar que sirvió
para crear la vacunas como la Moderna y Pficer. Esta es la magia de la ciencia.
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Con
toda probabilidad, Katalin Karicó, nunca llegará a leer este relato y si lo
hiciera espero que no se ofenda por la familiaridad con qué la trato.
Para los más curiosos dejo este artículo de The Coversation para saber
como funciona la vacuna ARNm:
https://theconversation.com/premio-nobel-para-la-molecula-de-la-vida-que-ha-puesto-contra-las-cuerdas-a-la-covid-19-214765
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