Recuerdo
perfectamente que fue en junio, porque era mi primer día en casa una vez
cerradas las aulas.
Dormía
plácidamente cuando mi padre entró de golpe en la habitación.
—William…
¡despierta! —gritó zarandeándome—. Has de ayudarme.
—Padre…está
diluviando y son las doce de la noche…
—De
eso se trata ¡Levanta y vístete!
No
tuve más remedio que obedecer y en un momento estuve bajo la tormenta siguiendo
a mi padre por el bosque de atrás de la casa. Los relámpagos iluminaban el
escenario y casi de inmediato retumbaban truenos enfurecidos.
Me
pregunté por qué había reforzado con una varilla metálica, larga y puntiaguda,
la cometa de mis hermanos. ¿En qué andaba metido? Solo hacía falta ver el
entusiasmo de ese hombretón para comprender que no hubiera servido de nada
preguntar. Por aquel entonces, mi padre me parecía un loco.
Me
hizo agarrar la cometa mientras él sacaba del bolsillo una de las llaves del
cobertizo de grueso metal. La ató al otro lado del hilo de seda que sujetaba la
vara puntiaguda. Nos pusimos de espaldas al viento y fuimos soltando la cuerda
para que la cometa se elevara lo más cerca posible de los nubarrones cargados.
La
lluvia nos había empapado la ropa interior y empezábamos a tener frío, pero mi
padre no me dejaba soltar la cuerda gritando instrucciones para que siguiera
equilibrando la cometa.
Llegó
un momento que la concentración de nubes era tal que el hilo empezó a dar
signos de carga eléctrica deslizándose por la cuerda hasta llegar a la llave.
Los hilos de la cuerda se repelían unos a otros. Entonces, mi padre me dejó al
cargo del vuelo de la cometa y él se fue acercando a la llave y colocó un
nudillo cerca de la llave de la que salieron destellos bailarines.
—William…
¿ves las chispas?
—Si,
¿qué son?
—Electricidad,
William, electricidad —... llenemos una botella de Leyden. ¡Los rayos de
las tormentas son electricidad, un fluido único que pasa de un cuerpo a otro en
la descarga!
—Padre,
¡está usted loco!
Las
palabras me salieron sin pensar debido a la tensión y al frío. Me alejé de mí
padre esperando un bofetón, pero en su lugar se rio a carcajadas.
Mi padre me parecía un loco, si, entrañable por ser él, pero loco. Ese 15 de junio de 1752, a sus 47 años, se comportó con la curiosidad e imprudencia de un adolescente. Y yo, un crio qué se creía un hombre, todavía no podía comprender lo esencial que es soltar la curiosidad del niño que llevamos siempre a cuestas, sin vergüenza. Mi padre fue capaz de hacerlo con todo.
El padre de
William fue Benjamin Franklin, polímata, político, inventor y científico. Se le
considera uno de los fundadores de los Estados Unidos.
Se ha hablado
mucho del experimento que he descrito en el relato. Se dice que con él,
Benjamin Franklin, demostró que los rayos son electricidad, y ello lo llevó a
inventar el pararrayos. De todas formas, no se sabe con seguridad si llegó a
cometer tal imprudencia. Hubieran perdido la vida tanto él como su hijo William
si les hubiera caído un rayo cerca. De hecho, más de un investigador perdió la
vida al intentar replicar el experimento.
Botella de
Leyden. Busqué en qué consistía, y para los legos, como yo,
adjunto la definición: La botella de Leyden, también conocida como botella de
Leiden, es un dispositivo eléctrico realizado con una botella de vidrio que
permite almacenar cargas eléctricas. Históricamente, la botella de Leyden fue
el primer tipo de condensador eléctrico.
Por si queréis
saber más sobre Benjamin Franklin: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Benjamin_Franklin
Con Con este relato participo como #polivulgador de @hypatiacafe
sobre #PVefeméride
Comentarios
Publicar un comentario