Si has estado en África
subsahariana, sabrás de lo que hablo. Si no, pídele a alguien que te lea mi
relato despacio y cierra los ojos.
Trasládate con la imaginación
al “Grand Marché” de Porto Novo, en Benín. Visualízate paseando inmerso en un
calor sofocante, entre un sinfín de tenderetes obligándote a ralentizar tus
movimientos, y agudiza los sentidos. El recorrido va perturbando tu
olfato con multitud de olores mientras graban emociones fuertes en tu mente.
A tu derecha descubres
delicados perfumes de frutas maduras de vivos colores, que te sumergen en un
paraíso desconocido lleno de dulces. Mientras el olor espeso a polvo rojo, como
la tierra que pisas, es seco y agrio. Polvo que se filtra a través de esa
pelusilla de las aletas de tu nariz, que tendrás que limpiar cada noche si
deseas volver a zambullirte en nuevas fragancias a la mañana siguiente.
A tu izquierda, guindillas
enanas tan rojas como la sangre, que te harán estornudar haciendo sonreír
socarronamente a la vendedora, y que dejarán escozor en tu memoria y en tu
pituitaria. Junto a ellas, el revoltillo de fragancias indescriptibles de todo un
universo de especias. Adviertes, que “le petit commerce”, es un espacio íntegramente
femenino.
Callejeando entre puestos y
chiringuitos, tropiezas con multitud de humanos con esencias corporales sin
disfrazar, genuinamente legítimas. En Goun, uno de los idiomas que se habla en
esa zona, no existe un vocablo que signifique "amor". Para nombrar
ese sentimiento usan un término que traducido literalmente significa, "me
gusta tu olor". Una expresión brutalmente auténtica para describir la
locura de los sentidos que representa el enamorarse. Y te dices, que también el
cariño, la estima o el afecto huelen bien.
La hermosa mujer, que vende
ñame, te pide que acunes al que supones su hijo. Te invade el aroma de ternura
al sostener entre los brazos al lactante de rizos retorcidos. Esos pequeñísimos
bucles ásperos que, a pesar de estar mezclados con arena ocre traída por el Harmattan
Sahariano, cubren su cabecita que huele a leche como la de todos los bebés.
Te sorprende el aroma del pescado
frito que venden en los puestos cercanos, despertando tu apetito. Te sientas
allí mismo, esperando a que llegue la comida que has pedido, mientras te dejas
envolver por un espacio/tiempo que ignorabas que existiera. Cierras los ojos,
te gusta ya su olor, y sabes que no podrás desprenderte de él.
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