Sabe
que su reloj atrasa, y por miedo a perder el autobús de las seis y cuarto, el que
la lleva cada día al otro lado de la ciudad donde trabaja, ha aligerado tanto
el paso que ha podido subirse en el anterior. Siempre se sienta en el pasillo y
cerca de la salida. Prefiere levantarse para dejar pasar que arriesgarse a
quedar encerrada entre la ventana y un pasajero oliendo a sudor.
Hoy
alguien se olvidó un libro en el asiento, y busca al posible dueño: una
señora muy gruesa vestida con una bata descolorida, un adolescente invadido por
el acné y con auriculares empotrados entre retorcidas rastas, y un abuelo con
boina y ceño fruncido. No parece que sea de ninguno de ellos. Le da la vuelta y
contempla la portada impresa con vivos colores en forma de mariposa. Se
pregunta si se lo da al conductor o se lo lleva a Pilar, que va justa de
dinero y lee de todo; decide dejarlo caer en el fondo de su gran bolso negro.
Martes 5 de septiembre del 2005
Es
todavía joven pero pronto dejará de serlo; viste con la sobria elegancia que
dan los colores lisos, un fular de color claro, y los zapatos planos siempre limpios;
esbelta.
Se
dirige al autobús, y como de costumbre, pasa primero por el quiosco con el
importe exacto ya preparado.
—Buenos
días, Federica —le desea siempre la mujer con una amplia sonrisa.
Ha
decidido que va a levantarse un poco antes y cambiar su horario. Le agradó que
el diecinueve estuviera casi vacío.
Lleva
carreteando el libro desde ayer, y pesa. Lo coge y lee la
contraportada. Tiene cuarenta minutos de trayecto; se conoce cada calle, cada
edificio, cada recodo, cada mendigo.
— El caos —dice despacio y en
voz alta, torciendo la boca
con la intención de reírse, tal vez de sí misma; pero el resultado es un
extraño mohín que al hombre bien vestido que la observa le parece tan
desagradable que prefiere desviar su mirada hacia la calle.
Martes 19 de septiembre del 2005
Le da apuro que
la quiosquera sepa su nombre porque ella, en cambio, no conoce el suyo. Es tan
amable y alegre; se propone preguntárselo.
Una
vez en el autobús, guarda el periódico y saca el libro. Desliza
los dedos despacio por la tapa dura, acariciándolo, mientras se lo acerca a la
nariz y lo huele. Ayer le gustó lo leído; no está muy segura de haberlo
entendido todo, pero lo que le sugieren las palabras impresas la impulsa
a seguir leyendo.
Viernes 28 de septiembre del 2005
Por
fin le ha preguntado a la mujer del quiosco su nombre.
—María
—le dice.
Federica
le ha devuelto todas las alegres sonrisas mañaneras en una sola. Y a María le
ha sorprendido no haber detectado nunca los dos hoyuelos que se le hunden en
las mejillas; Federica es hermosa.
Hoy
ocupa “su asiento” un cuarentón atractivo que está leyendo el mismo periódico
que compra ella, y le sorprende constatar que no le interesa lo más mínimo lo
que en él se dice. Sentada detrás del hombre en el lado del pasillo, siempre en el
pasillo, empieza con lo que ya se está convirtiendo en un ritual: acaricia el libro, lo huele y lo abre por donde lo dejó
ayer, desdobla
la esquina de la hoja y la alisa concienzudamente. Se dice que ha de comprarle
a María un punto para el libro, y se dispone a seguir con el siguiente
capítulo.
Un martes del mes de octubre del 2005
Hoy se ha
calzado unas deportivas nuevas que la han rejuvenecido, le ha dicho María. Lo cierto
es que estos últimos días se siente más ligera.
Ha soñado
despierta muchas veces que se salía de la rutina. Siempre del trabajo a casa,
de casa al trabajo, y así cada día desde hace tres largos años; no se ha
atrevido a cambiar absolutamente nada. Intentarlo le da vértigo, así que saca
el libro del bolso, y se deja llevar por esa lectura que le muestra procesos
que ignoraba que existieran.
Finales de Noviembre del 2005
Está
terminando el libro y siente la angustia del ¿ahora qué? Pero sigue leyendo con avidez.
Las ideas y los interrogantes la han sacudido.
Se emociona porque vuelve a sentir excitación, no lo hacía desde el accidente. La
ha poseído con fuerza un gozo desconocido y teme que
no hay ninguna zona de confort a la que poder regresar. Nunca, nada, podrá ser
como antes.
Primavera del 2009
Hoy
tiene una buena noticia que dar a María. Llevan cuatro años de sincera amistad: han compartido
sesiones cinéfilas, helados de cucurucho, algún que otro disgusto, y se han
reído juntas de la fantasía con la que se recrea a veces Federica, que consiste
en localizar al dueño del libro que halló en el diecinueve, y entablar una
tórrida relación; se cuestionan, divertidas, el porqué piensan que tenía que
ser un hombre el que lo olvidó.
Con
esa excusa ha intentado contarle en qué consistía el libro, pero siempre dice
lo mismo.
—No
me interesa,
Federica, no me interesa el caos.
Ella insiste. Le
cuenta que cambió su forma de entender el mundo en
que viven; que con solo un párrafo se abre el universo entero. Pero
siempre recibe la misma respuesta.
—No
me interesa.
Se planteó la manera de avivar su
curiosidad, el modo de explicarle la agitación que sintió al leer el
libro, y cómo le ayudó a perder ese miedo a vivir
enquistado desde aquel día que le comunicaron que David había muerto en la
carretera que debía traerlo a casa. Sin el libro, no se habría despertado el
interés por conocerla a ella… ni a nada. ¿Cómo transformar el vértigo de
una nueva idea, una nueva visión, en deleite? Y empezó
a leer; a leer y a escribir. Y vuelta a empezar, a escribir y a leer.
Hoy
viene a contarle que le publican un pequeño libro que recopila sus cuentos. Y
en parte es gracias a ella, a su humanidad, y al libro; así se lo dice, abrazándola con fuerza.
Otoño del 2014
El diecinueve
la ha llevado todo lo lejos que se atrevió a soñar, se dice, mientras
firma el nuevo contrato para su próximo proyecto, y sigue guardando celosamente
“su caos” en la memoria y a María en el corazón.
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