A veces el blanco puede ser agresivo para la retina del que mira; ese color que los posee todos; símbolo de pulcritud, de pureza; pero también de dolor, no en vano en algunas culturas es el atuendo de la muerte.
Cuerpo enjuto debajo las sabanas; rodillas como montañas puntiagudas de las que resbalan pliegues níveos como en la piedad de Miguel Angel. Hedor agrio.
Tubos; cordones umbilicales que salen de la paredes, y que sin su consentimiento lo atan a la vida penetrando por sus orificios.
Tubos; cordones umbilicales que salen de la paredes, y que sin su consentimiento lo atan a la vida penetrando por sus orificios.
Manos frágiles, solo huesos y piel; dulce piel, cálida piel que me quemó para bien y para mal. Mejillas hundidas en dos huecos profundos y cuarteados.
Esa palidez… parece dormir, ¿lo hace?
Sus finos labios parecen pergamino, han oscurecido acercándose al morado del penitente que suplica perdón ¿lo pide?
Sus finos labios parecen pergamino, han oscurecido acercándose al morado del penitente que suplica perdón ¿lo pide?
Los pulmones manchan el aire con dificultad, sin fuerza para levantar el costillar.
Párpados cerrados, como pellejos curtidos. ¿Cerrados? y esa grieta... ¿son pestañas o me mira por debajo el rabillo del ojo? Sabe lo que pienso, siempre lo ha sabido. Celador receloso.
No puedes irte todavía; tengo que contártelo; el secreto es solo nuestro.
--¡Regresa, maldito!
Con este relato participo en la convocatoria de @divagacionistas para el mes de septiembre #relatosRegreso
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