Es una buena arqueóloga, por lo que no le interesa nada que no se pueda demostrar con pruebas, pero reconoce tener una conexión totalmente irracional con Çatalhöyük. Lo que no podía imaginar es que su pasión por ella la pudiera poner en peligro.
Esa ciudad del Neolítico
desafía todo entendimiento. Lo poco que se ha excavado revela una sociedad que
en nada seguía las normas que cabría esperar desde la perspectiva del siglo
XX.
El trabajo de campo es duro,
pero le gusta. Olor a tierra; polvo en las fosas nasales; pestañas teñidas de
ocre; estrías en la piel; sudor; dolor de espalda. No obstante, todo merece la
pena cuando se encuentra una evidencia, aunque sea minúscula.
Ese día, llevaba demasiado
tiempo arrodillada en la tierra, y se sentó en el suelo con las piernas
cruzadas. Un halo de luz reflejado en el sudor en suspensión sobre sus pestañas
le iluminó un pequeño bulto que sobresalía a su derecha. Se secó el sudor de la
frente con el antebrazo y se arrastró con cuidado hacia allí.
Con el pincel fue
desenterrando el objeto, despacio. A cada pincelada, una sonrisa; a cada
sonrisa, emoción contenida. ¡Es otra figurilla
femenina!
Llevaba ya décadas estudiando
el folklore de la vieja Europa, y en muchos enclaves, incluida Lituania, su
país de origen, existen historias que hablan de mujeres con poderes
sobrenaturales y de cómo los perdieron durante una gran guerra. Algunos
profetizan el regreso de las diosas y el despertar de su poder ancestral.
Hablan de un pasado matriarcal.
Se llevó la figura a la tienda
taller de la excavación para observar con la lupa. La limpió despacio,
concienzudamente. Fue tomando forma. Era una mujer grande, voluptuosa, de
carnes generosas. Sus pechos se desparraman por el cuerpo. Profundas hendiduras
señalan dónde van las rodillas y el ombligo. Parece haber vivido mucho. Pero lo
que más le impresionó fue su actitud: sentada en lo que parece un trono de
piedra, con la espalda recta; los brazos apoyados a los lados de las caderas
sobre dos enormes felinos. Los dominaba. La cabeza de la estatuilla estaba
deteriorada, pero no importaba, toda ella ostentaba una autoridad
impresionante.
La contempló con la boca
entreabierta y el vello erizado. Ha visto y desenterrado cientos de figurillas
femeninas, pero ninguna con ese poderío. Le da la vuelta, usa el cepillo.
Destapó varios signos que parecían parte de un mapa. Fantaseó divertida con un
mapa que la guiaría del pasado al presente. Se rió en silencio. Algo ocurrió
durante el vasto Neolítico.
Estaba tan ensimismada que no
oyó que alguien se colaba en la tienda taller hasta que notó un fuerte golpe en
la nuca. Intentó levantar la mano detrás de la cabeza para valorar los daños.
El dolor se hizo insoportable… y luego…oscuridad y silencio.
Cuando volvió en sí, todavía
con los ojos cerrados, su cuerpo se percibió sentado en una silla con
reposabrazos. La cabeza le dolía horrores. Intentó moverse, pero no pudo.
Estaba atada de pies y manos. Se tensionó. La sangre le circulaba a gran
velocidad. Gritó, pero sólo brotó de su garganta un rumor sordo. Tenía la boca
obstruida con un trapo que olía a metal. Sudor frío, hasta que pudo abrir los
ojos.
La habían dejado sola dentro
un almacén enorme repleto de herramientas para la excavación. Tanto a su
derecha como a izquierda estantes llenos de hallazgos arqueológicos que
parecían catalogados con esmero.
Se removió con fuerza en la
silla que la retenía para desatarse, pero cuanto más se movía más se clavaban
las cuentas haciéndola sangrar.
—Hola,
Marija—dijo un hombre
detrás suyo.
Marija dió un respingo. La voz
le era familiar, pero fue incapaz de asociarla a un rostro.
—Siento
esto, pero es
necesario. Estás haciendo demasiado ruido.
Marija
abrió más los ojos desconcertada. Intentó girarse para ver quien era sin éxito.
Pero entonces, el hombre arrastró una silla y se sentó delante de ella. Marija
se sobresaltó al ver la máscara que cubría el rostro. Una máscara negra como
las qué se usaban en el teatro griego. Con una grotesca boca que contenía unos
labios aún más desagradables.
La
terrorífica careta se le acercó y le sacó el trapo de la boca.
—¡Suéltame,
cabrón! ¡Y da la cara! —Marija se dejó llevar por la furia qué da el miedo.
—Has de
cambiar el rumbo de tu investigación—el hombre se le acercó y le pellizcó el
moflete como a una niña—. ¿Lo has entendido?
Marija no
contestó y retiró la cara para alejarse. Su mente asustada no podía pensar, ni
pronunciar palabra.
—Tienes
demasiados admiradores. Gente que se cree tus estupideces a pies juntillas.
Olvida tus investigaciones.
—¿Quiénes
sois? —logró pronunciar con un ligero tartamudeo.
—¿No lo
has deducido todavía? —los labios del hombre se mueven disolutos dentro de los
de la máscara—. Somos descendientes de Kurganes y protegemos su legado.
* * * * * * * *
Os estaréis preguntando quiénes
eran los Kurganes. Ahora os lo cuento, pero antes quiero deciros que el
anterior escrito es, como habréis supuesto, una fantasía inspirada en la
emocionante vida de Marija Gimbutas y en los Kurganes. Nadie secuestró a Marija,
que se sepa, pero si parodiaron y ridiculizaron su trabajo.
Marija
nació en Lituania en 1921. Hablaba seis idiomas como mínimo, era licenciada en
filología y obtuvo los doctorados en arqueología y etnología. Su mente fusionó
esos conocimientos con los restos de un pasado muy antiguo.
Marija se
pasó varías décadas investigando las culturas neolíticas del valle del Danubio,
en el sureste de Europa, fechadas alrededor del 6000 a.c. La vieja Europa.
Encajó sus hallazgos arqueológicos con las pruebas que aportaban los mitos y
los idiomas europeos para revelar lo que a sus ojos parecía ser un patrón
cultural que estaba centrado en las madres y la adoración de las divinidades
femeninas. Como ejemplo de la península ibérica, existe en el folklore vasco
Andre Mari considerada una profetisa que adoptaba la forma de ave. Como ella
hay cientos en toda Europa.
Tanto
las pruebas mitológicas como materiales parecían apuntar en la dirección de que
había existido una prehistoria en qué la vida había sido muy diferente para las
mujeres, y en la que la brutalidad del patriarcado todavía no existía.
Gimbutas
no creía qué las sociedades de esas épocas remotas fueran necesariamente
matriarcales, pero si igualitarias, y con una fuerza femenina que impregnaba
toda la existencia.
Si la
vieja Europa era igualitaria y pacífica ¿cuándo cambiaron las cosas? ¿Cómo llegamos
a los patriarcados actuales?
Según
nuestra heroína, las mujeres habían sufrido una derrota histórica. Eso había
sucedido entre 3000 y 6000 años antes de nuestra era, cuando esas pacíficas
sociedades fueron brutalmente invadidas por pueblos qué procedían de las
nórdicas estepas rusas del mar negro.
Los
recién llegados daban un gran valor a la guerra y a las batallas y llevaron a
cabo toda una apropiación cultural. Los habitantes de las estepas pertenecían a
la cultura kurgán. Y aquí entran en escena los Kurganes.
Los
lingüistas, ya desde finales del siglo XVIII, habían reconocido qué los idiomas
que xhablaban miles de millones de personas, desde el español al hindi, tienen
un léxico y una gramática comunes. Constituyen lo qué se llama la familia de
lenguas indoeuropeas.
Según
Gimbutas, los Kurganes no solo exportaron el idioma de las estepas,
introduciéndolo en Europa y Asia, sino que además se llevaron sus culturas
patriarcales y guerreras consigo, y asimilaban o destruían las que iban
encontrando por el camino.
Paulatinamente la gente se
fue sumergiendo en la atmósfera de la nueva manera de pensar. Las diosas no desaparecieron, se metamorfosearon en
versiones más patriarcales. Como las diosas griegas que no dejaban de servir a
las deidades masculinas.
Marija
Gimbutas tuvo muchos incondicionales, pero también detractores qué
ridiculizaron su trabajo, sin tener en cuenta que, antes que ella, ya Friedrich
Engels entre muchos otros especularon sobre un pasado matriarcal.
Los
académicos llevaban mucho tiempo dando por sentado que los hombres siempre
debieron de tener más poder que las mujeres desde un buen principio. Marija
desafió en lo más fundamental la opinión establecida de que la cultura europea
siempre había sido dominada por el varón, y qué la historia era civilizada.
El legado
de Gimbutas sigue siendo controvertido, pero los arqueólogos actuales ya
aceptan el hecho de que intentó buscar pruebas desde la perspectiva de las mujeres en un ámbito en el que el género se había estado pasando
por alto de manera rutinaria.
Fuera cual fuera el
significado de las figurillas femeninas qué ella estudió, los objetos si exigen
retomar la cuestión de género en la prehistoria.
Las mujeres no podrán ser
consideradas unos seres pasivos e indefensos mientras La mujer sedente de
Çatalhöyük siga sentada con tanta autoridad en su propia urna de cristal,
expuesta en el Museo de las civilizaciones Anatolias de Ankara, sin
avergonzarse de su edad y de su cuerpo, y con sus manos firmes posadas
sobre las dos criaturas que la flanquean.
Fuentes: Wikipedia, Mujeres con ciencia y El
patriarcado de Ángela Saini.
Esta entrada participa en la iniciativa de @hypatiacafe con el tema #PVpasado
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