Acurrucadas en el sillón
amarillo contemplamos las letras en negrita en la pantalla del televisor: The
end. Nos miramos sin atrevernos a pronunciar palabra.
Tía
Amalia había propuesto ver la película “Midiendo el mundo”. El
argumento del filme estaba inspirado en la vida del naturalista y aventurero Alexander
Von Humboldt y del matemático Carl Friedrich Gauss, interpretado este último
por el actor Florian David Fitz qué me pareció muy guapo.
Amalia
me explicó, que
tras leer una biografía del naturalista se había enamorado de él. Así qué, ni siquiera
me planteé llevarle la contraria al captar ese brillo especial en sus ojos
verdes.
—Me pregunto cómo hemos
podido llegar hasta el final —se decidió por fin mi tía —. ¡Pero qué mala!
—dijo con cara de asco.
—Yo
la soporté por ti —dije boquiabierta —, por lo que me contaste sobre la
biografía de Humboldt.
—¡Pues yo aguanté por ti,
por ese actor tremendamente atractivo! —exclamó mientras levantaba los hombros divertida.
Las
dos nos reímos de lo lindo al entender lo tontas que habíamos sido. Porque la
película era realmente horrible, tratada en clave de humor sin ninguna
gracia.
Me
levanté y me dirigí a la cocina a por algo que merendar. Abrí el cajón del pan.
Quedaba solo un trozo de chocolate. Contuve la tentación de comer un pedacito.
Era poco, muy poco para las dos. Tomé el pan y la bebida, y volví a la sala
donde encontré a tía Amalia hojeando el periódico.
—Habrá
que ir a comprar chocolate, se está terminando— dije al dejar la azafata sobre
la mesa de centro—. Tendremos que medir muy bien el trocito que queda para
partirlo en dos partes iguales.
De
golpe, el rostro circunspecto de Amalia se rejuveneció, recordándome el de mi
hermana pequeña cuando maquina una travesura.
—¡Medir,
de eso se trata de medir! —manifestó —. Al final, la película habrá servido de
algo. ¿En qué consiste medir? ¿Qué es la medición? —preguntó mirando divertida
el pedazo de chocolate.
Me
la miré sin saber qué decir y antes de inventar la respuesta la incité a que me
contara en qué consistía. Sabía que lo estaba deseando.
—Entonces,
¿qué es eso de medir? Pues es comparar una cantidad con otra que definimos como
patrón, es decir, como unidad.
—¿Y
quien definió el patrón o unidad? —quise saber.
—Buena
pregunta. Viajemos mentalmente a la antigüedad y escojamos un pueblo cualquiera.
El maestro tejedor vende telas, el agricultor vende trigo y el ganadero vende
leche.
《Para
el tejedor, de nuestro pueblo imaginario, no es lo mismo un rollo de tela largo
que uno corto, en uno habrá invertido más tiempo en confeccionar la tela. Así
que necesita establecer una unidad patrón que le permita saber cuánto va a
venderle al cliente y qué va a obtener a cambio. Nada más sencillo que tomar un
palo de madera o hierro, y definirla como su unidad de longitud, que vamos a
llamar barra. El ganadero puede hacer lo mismo con una jarra, que utilizará
como unidad de volumen para su leche. El agricultor puede usar esa misma jarra
para medir su trigo, o bien puede inventarse su propia medida a partir de un
cubo de roble. Durante siglos se utilizó este sistema en diversas partes del
mundo. No es difícil ver los problemas que pueden presentarse. Para empezar,
¿quién garantiza que la unidad de medida va a ser siempre la misma? Un tejedor
tramposo puede decidir un día recortar un poco su barra, con lo que las cinco
barras que se lleva a casa hoy el herrero medirán menos que las cinco barras
que compró el año pasado; o puede que el cubo de medir del agricultor quede
destruido tras un incendio, en cuyo caso ¿cómo lo reconstruimos?
—¡Puedo
imaginarme las peleas entre compradores y vendedores! —me reí imaginando al
lechero haciendo trampas colocando un doble fondo dentro de la jarra una vez
llegado al consenso sobre el volumen de esta.
—Si, además, tenemos un problema adicional de índole no local —dijo mi tía —. Una barra de
medir que sirva en un pueblo resultará inútil en otro. Imaginemos que nuestro
amigo tejedor coge su carro y hace una gira local para intercambiar sus
productos. Como mínimo tendrá que llevar una copia de su barra para compararla
con las que se utilizan en otros pueblos, ya que de otro modo no podrá saber si
su género mide lo mismo que el del vecino. Sin un sistema de unidades común, el
intercambio de bienes y servicios se hace difícil y engorroso.
—¿Y
qué pasó?
—Verás,
si hay alguien que necesita unidades comunes para poder medir e intercambiar
información es la comunidad científica —siguió—. El sistema de unidades que
utiliza se denomina Sistema Internacional (SI). Está basado en el antiguo
sistema métrico decimal, que desarrolló la Francia republicana tras la
Revolución de 1789. En realidad, no es privativo de la ciencia, sino que el SI
es empleado habitualmente en casi todo el mundo. En la actualidad hay tres
países solamente que no se basan en el SI como sistema de medidas oficial:
Birmania, Liberia y Estados Unidos.
—¿Estados
Unidos? —pregunté sorprendida.
—Sí,
querida sobrina, el pueblo norteamericano sigue utilizando la milla, la pulgada
o la libra en sus transacciones internas; y en ocasiones, ¡en las
interplanetarias! Recuerdo que en el año 1999 la NASA perdió la sonda Mars
Climate Orbiter cuando estaba a punto de entrar en órbita en el planeta rojo.
La causa del fallo se debió a que uno de los equipos que la construyeron usó
unidades imperiales (libra, pie, yarda) sin avisar a los demás, y cuando llegó
el momento de poner a la nave en órbita sus sistemas recibieron la información
de forma errónea (libras-fuerza en lugar de Newtons). La agencia espacial quedó
en ridículo por no haberse apercibido del error en su momento, pero al menos
aprendió la lección y decretó que utilizaría el Sistema Internacional en todas
sus misiones lunares. A partir del 2007 se usaría el metro, kilogramo, segundo.
—Menos
mal que era una sonda y no una nave tripulada —dije
horrorizada
—Si,
menos mal. Lo que ocurrió demuestra lo importante que es que todos usemos el
Sistema Internacional. De qué se llegara a un consenso.
Con esta entrada participo como #polivulgador en @hypatiacafe con el tema #PVmedir
Texto basado en el libro "Ensayo y error" de Arturo Quirantes
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