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¿De verdad importan las señales procedentes de las profundidades del cosmos?


Hacía más de veinte años de la detección del primer pulsar y desde entonces había sido protagonista de muchas entrevistas, pero a Jocelyn le seguían disgustando.

      —Tengo entendido que eras la única mujer en la Universidad de Gasglow estudiando física —preguntó la joven periodista —. Cuéntanos cómo te sentías y en qué consistía su tradición versus las mujeres.

      —En primer lugar, no hay que olvidar que estábamos a principios de los sesenta y que ha llovido mucho desde entonces, pero no voy a negar que me sentía profundamente sola y a veces algo asustada —empezó su respuesta Jocelyn —. Verás, en la Universidad de Glasgow era costumbre que cada vez que una mujer entraba en la sala de conferencias, los chicos, debían dar patadas en el suelo, golpear los pupitres, silbar e intentar, en suma, hacer el máximo de ruido desagradable. Si te sonrojabas golpeaban con más fuerza. —concluyó con una sonrisa sosegada.

      La periodista habló de feminismo durante un rato, pero Jocelyn no la escuchaba, se limitó a asentir o negar con la cabeza entre sorbos de café mientras su mente daba un salto al pasado. 

      Jocelyn en su época de estudiante, solo se sentía a gusto contemplando las estrellas. Su pasión por ellas nació gracias a su padre que, como arquitecto, diseñó el planetario Armahg. Los dos se enamoraron de la chispeante bóveda celeste y leían todo lo que caía en sus manos sobre astronomía. 

      —¿Por qué decidiste estudiar astronomía? —continuó la periodista haciendo regresar a Jocelyn.

      —Me emocionaba el hecho de que la astronomía, surgida en los templos sumerios, fuera, probablemente, la ciencia más antigua. Primero, fue nuestro interés por el cielo como morada de los dioses. Pero, más tarde, adquirió un sentido práctico inestimable, pues los ciclos de las estaciones, por ejemplo, marcaban los ritmos de las siembras y las cosechas en la agricultura, y las posiciones de las estrellas eran guía de los marineros en alta mar —contó con tono jovial y ojos vidriosos. 

      Jocelyn nació en el seno de una familia de cuáqueros que otorgaba una gran importancia tanto a la educación como a la igualdad de sexos. Gracias a ello la apoyaron cuando su escuela le negó la posibilidad de estudiar ciencias por el hecho de ser mujer. Los chicos acudían al laboratorio para recibir nociones de física y química y las chicas tomaban lecciones de costura y cocina. Tuvieron que elevar su protesta a una queja formal para que finalmente le permitieran asistir a clases de ciencias.

      La vivaz periodista seguía haciendo preguntas que Jocelyn respondía resignada.

      —Al principio, a pesar de mi curiosidad por aprender no me caractericé por ser una estudiante modelo, incluso suspendí, con once años, el examen de acceso a secundaria lo que me cerró el acceso a la universidad. Era demasiado joven, algo lenta aprendiendo y mi escuela no me había ofrecido una educación adecuada. 

      Sin embargo, estaba decidida a ser radioastrónoma. La maraña de puntos luminosos de la bóveda celeste incentivaba más mi imaginación que los diamantes o los rubíes, como hacían estos últimos con mis compañeras. Quería saber qué se escondía detrás de las fulgurantes estrellas.  Por suerte, mi padre creyó en mí, me envió a una escuela cuáquera en Inglaterra con trece años, donde obtuve una segunda oportunidad que pude aprovechar. 

      Mi profesor de física me hizo ver que en realidad la física era sencilla. No era cuestión de aprender montones de datos, tan solo había que saber unas pocas cosas clave, y entonces aplicarlas y construir y desarrollar sobre ellas. 

      Lo que no le cuenta, tal vez por pudor, tal vez porque no se le pregunta por ser ya de dominio público, es que a partir de entonces su carrera se tornó meteórica. En 1965, con veintidós años, se licenció en la Universidad de Gasglow, y más tarde se doctoró en Cambridge. 

      Junto a Antony Hewish, del que fue doctoranda, trabajó en la concepción de un gran radiotelescopio que les permitiera estudiar los cuásares. Jocelyn participó activamente en su construcción clavando doscientos postes telefónicos de madera en el suelo e instalando el cableado. Una construcción espectacular que una vez terminada parecía un bosque de árboles desnudos.  Aquella enorme oreja era capaz de captar las ondas de radio más débiles procedentes de las profundidades del cosmos.

      Y en verano de 1967, mientras estaba estudiando los registros del radiotelescopio, Jocelyn descubrió un patrón de señales demasiado rápidas y regulares como para tratarse de un cuásar. Aquella fuente se denominó LGM1, esto es, Little Green Man 1 u Hombrecillo Verde 1, porque creyeron en la posibilidad de que hubiese descubierto una señal de inteligencia extraterrestre. 

      —¿Y por qué descartaste la posibilidad de que los púlsares fueran obra de extraterrestres? 

      —Porque al revisar antiguos registros advertí que ya se habían producido señales similares procedentes de partes del cielo diferentes.  Había demasiados extraterrestres tratando de contactar con la Tierra desde lugares diversos —respondió divertida —. A partir de entonces, me obsesioné con esas señales que llegaban desde unas estrellas muy masivas que rotaban extremadamente veloces, a las que llamaríamos pulsares. Y convencí a mis profesores en profundizar sobre el tema. 

      —¿No te enojaste al comprobar que no habían incluido tu nombre en el artículo donde se presentó el descubrimiento del primer pulsar a la comunidad científica, a pesar de estar firmado por cinco personas?

      —No le di mayor importancia, pues reconocía que el mérito quizá debía de ser para el director de aquella investigación. Tal como se me comunicó, después de todo, yo solo era la persona que había registrado inicialmente el fenómeno —respondió encogiéndose de hombros. 

      —Después de la publicación del artículo, la prensa se volcó en el descubrimiento de los púlsares y tu nombre salió a relucir ¿Cómo viviste esa expectación mediática?

      —Descubrí que a la gente le interesaba más mi reciente matrimonio, mi estatura, mi vestido, el color de mi lápiz de labios o mi pose al sentarme que mi descubrimiento astrofísico. 

     —¿Te disgustaste cuando Antony Hewish, como hemos dicho tu director de tesis, obtuvo el premio Nobel junto a Matin Ryle? 

      —Hewish agradeció, en la entrega del premio, mi cuidado, diligencia y persistencia, admitiendo que ello nos llevó al descubrimiento en su fase temprana. Además, me había ido muy bien en la vida sin haber recibido el Nobel —reconoció riendo abiertamente. 

      —Qué duda cabe. Sin embargo, en una declaración que hiciste posteriormente, decías que si te hubieran otorgado el Nobel tu matrimonio se hubiera roto inmediatamente porque tu marido no hubiera podido aceptar que su mujer le superara profesionalmente y ganaras todo ese dinero del premio. Esto hace que te pregunte, si tu trabajo ha sido el principal motivo de tu reciente separación. 

    Jocelyn no respondió, se excusó manifestando que se le había hecho tarde y le esperaban sus alumnos. Se levantó con su característico temple sereno y se alejó desalentada al comprobar, una vez más, que en realidad no habían cambiado demasiado las cosas, la prensa seguía interesándose más por su vida privada que por su trabajo. 

 

Las estrellas de neutrones aparecen cuando las estrellas más masivas agotan su combustible y aplastan toda su masa en forma de la materia más densa que existe, hasta el punto de que los electrones se fusionan con los protones y se transforman en neutrones. 

      Para hacernos una idea de su densidad, imaginemos que nuestro Sol consiguiera aplastarse hasta adquirir la densidad de una estrella de neutrones, solo ocuparía el mismo volumen que el Everest.

      Las estrellas de neutrones, que rotan a gran velocidad y emiten pulsos de radiación, son los llamados púlsares. Y eso fue lo Jocelyn Bell descubrió. 

      

Con este relato participo como #polivulgador de @hypatiacafe con el tema #PVherederas 





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