Es improbable que estemos solos en el universo. En alguno de los
millones de planetas que orbitan otros tantos soles encontraremos vida. Y por
lo que se dice no tardaremos en hallarla. ¿Será en Marte? La vida en el planeta
rojo es casi seguro que esté extinta. Pero luego está Europa, el helado
satélite de Júpiter, que contiene en su interior todo un mar de agua líquida.
Pensar en todo ello me emociona y hace que me pregunte qué es realmente la
vida.
En el colegio me contaron que los seres vivos son aquellos que nacen,
crecen, se reproducen y mueren —Es que yo ya tengo una edad.
Nacer, no sé a qué se refiere exactamente. ¿A salir del huevo o de un
útero; por mitosis (dividiéndose) como las células; o cuando partimos en dos a
la planaria —hermoso gusano plano como su nombre indica — y cada trozo
se transforma en un individuo completo e independiente?
Hay infinidad de seres que no cambian, que no crecen. Una
bacteria permanece exactamente igual durante toda su existencia. Y no todos
envejecemos ¿habéis visto algún pulpo con arrugas?
Una mula, una hormiga obrera o una monja no se reproducirá,
sin embargo, están vivos.
Las bacterias son potencialmente inmortales. También tenemos a la
sorprendente turritopsis nutrícola, una medusa capaz de rejuvenecer y
retornar a su más tierna infancia un número de veces, que sepamos a día de hoy,
igualmente indefinida. No, morir no parece ya una característica
necesaria de los seres vivos.
Entonces decidí buscar que saben de la vida las distintas disciplinas.
Empecé por la física, que al englobar a todas las demás, pensé que lo
expondría de manera clara, pero me equivocaba.
Empecé por Erwin Schrödinger qué además de ser un excepcional
físico —el del gato, ya sabéis—era un gran aficionado a la biología.
Bien, según la antipática segunda ley de la termodinámica, todo
sistema cerrado aumenta irreversiblemente la entropía. Siempre que hay un
intercambio de energía hay un aumento del desorden general de cualquier sistema
en el que este. Al final, irremediablemente, nuestro mundo acabará en un estado
de desorden total en el que será imposible cualquier tipo de vida, menos aún
inteligente, si es que ha habido alguna vez.
Pues bien, la vida genera orden. ¡Toma ya! Eso no quiere decir que
la vida contradiga la segunda ley de la termodinámica, sino que cuando un ser
vivo aumenta su orden interno hace aumentar la entropía del sistema global.
El metabolismo de un ser vivo no es más que la habilidad de
intercambiar materia y energía con su entorno a través de la membrana que lo
define como individuo y lo protege del exterior. Todos los seres vivos extraen
energía de su entorno para transformarla en materia o trabajo, y expulsan los
desechos de tal actividad incrementando la entropía del exterior. Schrödinger
nos dice que los seres vivos están siempre trabajando, generando orden y, por
lo tanto, siempre estarán en desequilibrio termodinámico. Precisamente, sólo
estará en equilibrio cuando muera.
Llegamos a la química. Todo es química, y la vida también.
Todos los seres vivos, al menos los de aquí en la Tierra, están constituidos,
principalmente, por moléculas de carbono entrelazadas con oxígeno, hidrógeno y,
en menor medida, con otros elementos formando proteínas, ácidos nucleicos,
lípidos, carbohidratos. Estos compuestos de química orgánica tienen la cualidad
de producir vida. Sin embargo, todavía no hemos sido capaces de crearla a
partir de elementos inorgánicos y menos aún hacerlo con otro tipo de elemento
químico que no sea el carbono, como el silicio, por ejemplo. Todos los objetos
del universo, incluidos los vivos, estamos hechos del mismo polvo de estrellas,
como nos contaba Carl Sagan, los mismos elementos inorgánicos, pero no sabemos
del todo como lo hacen para crear vida.
Luego, me informé sobre la autopoiesis (auto: uno mismo, poiesis: producción), hipótesis formulada por los biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela. Un ser vivo no se define solo por el material en que está formado (carbono, oxígeno..), sino por su propósito: Un ser vivo es aquel que usa todo lo que tiene a su abasto para ser siempre él mismo. Se repara, se regenera, se defiende, su único propósito es mantener su estructura interna para seguir existiendo.
Y así llegamos a otra de las principales cualidades de la vida, la
autorreplicación. Quizá, uno de los descubrimientos más importantes del
siglo anterior fue el de la estructura del ADN, que resolvió uno de los enigmas
que nos dejó Darwin sobre la evolución biológica, la herencia. Ese manual de
instrucciones para crear y hacer funcionar a todo ser vivo fue descubierto por
Watson y Click y de mí admirada Rosalind Franklin.
Los organismos autopoiéticos no se conformaron con autorregularse
para mantenerse vivos, sino que aspiraron a repetirse indefinidamente creando
copias de sí mismos transmitiendo su ADN a sus descendientes. El propósito de
todo ser vivo no es solo la supervivencia sino, sobre todo, la procreación.
Todas las características físicas de los organismos (su fenotipo) solo son los
medios, las herramientas, que los genes utilizan para su autopreservación.
Y, ¿cuál fue el origen de la vida? El ruso Opin y los
norteamericanos Miller y Urey demostraron, en un famoso experimento que, de los
componentes de la atmósfera primitiva, junto a la actividad electroquímica,
podrían haber surgido algunos de los componentes esenciales para la vida como
son los aminoácidos y los ácidos nucleicos que componen el ADN. Sin embargo, la
cuestión está en cómo estos elementos fueron capaces de codificar la
información para realizar las actividades metabólicas y ser capaces de autoreplicarse.
Aristóteles creía que todo ser viviente actuaba siguiendo unos
objetivos, unos fines. De ahí su célebre frase: “La naturaleza no hace nada en
vano” Sin embargo, la ciencia ha ido avanzando a pasos de gigante y esa
analgésica cosmovisión se ha desvanecido pronto.
Primero se derrumbó la idea de que los seres inertes funcionan
según un plan: la Tierra gira alrededor del Sol sin ningún objetivo,
simplemente sigue las leyes de la gravitación; no llueve para que vivan las
plantas, ni ellas existen para que coman los herbívoros. Luego, se desmoronó la
creencia de que los seres vivos persiguen un plan más allá de su propia
preservación.
Por lo que veo, los seres vivos somos entes egocéntricos por
naturaleza, sin otro propósito que seguir siendo nosotros mismos. Vivir es, en
esencia, trabajar para seguir viviendo.
Con esta entrada
participo como #polivulgador de @hypatiacafe sobre #PVvida
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