Ayer volví tarde a casa
después de cenar con amigos en una terraza al aire libre a pesar del frío, en
momentos de pandemia ha de imperar la prudencia. Me costó conciliar el sueño
así que encendí el televisor y dejé que su inestimable labor de nana me condujera
en presencia de Morfeo. Al rato, me despertó un ruido molesto y uniforme que me
trasladó de golpe al pasado, a mí infancia, pero también mucho, mucho, más
lejos.
Lo que me había despertado fue el ruido nieve que hace un televisor cuando no está sintonizado —si,
como el de la película Poltergeist —. Cuando no puedo dormir intento
concentrar mis pensamientos en mi próximo relato y esa noche fue inevitable
entusiasmarse con la idea de escribir sobre la primera fotografía o imagen que
tenemos de nuestro universo.
Hoy, en veinte
minutos hacemos más fotografías que en todo el siglo XIX, pero no hay ni una
sola de esas millones y millones de imágenes qué tengan la relevancia que tiene
la que se hizo en 1964 gracias a Penzias y Wilson, ingenieros de telecomunicaciones
de la compañía Laboratorios telefónicos Bell.
Penzias
y Wilson estaban trabajando en una gran antena de veinte metros que debía
estudiar las microondas que iban llegando. Detectaron un débil fondo de
microondas cien veces más grande de lo esperado qué procedía de todos lados por
igual. ¡De todas partes! Así qué empezaron a investigar de dónde podía
venir ese ruido distorsionador que lo envolvía todo.
Primero,
se plantearon que la alteración podía venir de las palomas que habían anidado y
cubrían la superficie con excrementos, plumas y demás, así que lo limpiaron.
Luego, revisaron todos y cada uno de los cables de conexión y cambiaron gran
parte de ellos por la posibilidad de qué estuvieran defectuosos. También
pensaron que podía ser ruido térmico por lo qué enfriaron los mecanismos, u
otra antena cercana qué estuviera interfiriendo. Pero nada, no había manera de
encontrar la causa ni porque llegaba de todas partes por igual, apuntaran donde
apuntaran la antena siempre detectaba lo mismo. No obstante, lo que sí
descubrieron es que llegaba de las profundidades del cosmos.
A
sesenta kilómetros de distancia, en una universidad cercana, los físicos Robert
Dicke, Jim Perbles y David Wilkins estaban estudiando la hipótesis del Big Bang,
que por aquel entonces solo era eso, una hipótesis, en contraposición de la
idea de un universo estacionario. Esta última propone que el universo siempre
tiene el mismo tamaño y no evoluciona. La del Big Bang, por el contrario,
asevera que se expande con el tiempo. Esos físicos dedujeron qué si el universo
se estaba expandiendo eso quería decir que en algún momento tuvo que ser más
pequeño y denso, y más denso quiere decir más caliente. Luego, en algún momento
habría habido la primera radiación, la primera luz del universo. Buscaban los
restos de una gran explosión de energía, pero no la encontraban.
Penzias
y Wilson publicaron en una revista especializada un artículo explicando que
habían medido un fondo cósmico de microondas a dos con siete grados kelvin de
temperatura. Por su lado los físicos de la universidad publicaron otro artículo
en donde, si la teoría del Big Bang era correcta, se deducía que debería verse
un fondo de microondas cósmico a dos con siete grados kelvin. Para más inri, se publicaron en la misma revista, el mismo día y prácticamente uno
encima del otro. Uno con lo que se debería ver y el otro con lo que habían
hallado, y coincidían.
Esa
primera fotografía fue la primera prueba de que la teoría del Big Bang podría
ser acertada.
De
hecho, el CMB —siglas en inglés de radiación de fondo cósmico de microondas—, es como fotografiar la
luz por primera vez. Nos muestra el momento en el que el universo se hizo
transparente a la radiación. Cuando la luz pudo escapar de las partículas y
vagar libremente por primera vez.
Imaginemos
toda la materia y energía del universo concentrada en el interior de una moneda
de dos euros. No hay fotón qué lo pueda atravesar. Cuando el universo empezó a
expandirse la energía tendió a repartirse en más espacio. Por lo tanto, la
densidad de energía por metros cuadrados disminuyó y el universo se fue
enfriando. Fue entonces cuando los electrones y los protones empezaron a formar
átomos. A partir de ahí, gracias a la gravedad, los átomos se fueron juntando y
formaron las estrellas, planetas y galaxias
Pero
¿cuándo ocurrió todo esto? El universo tenía unos trescientos mil años de
antigüedad, mucho menos de los trece mil setecientos millones de años qué tiene
ahora. Con los telescopios actuales no podemos ver más allá en el tiempo usando
solo la luz, ya que como he dicho era opaco. Si queremos saber qué ocurrió realmente,
porque teorías tenemos, desde la explosión del Big Bang hasta que se liberó la
luz habrá que buscar otra manera de mirar, o con otros instrumentos.
Una
de las consecuencias de las ecuaciones de Einstein dice que nada puede viajar
más rápido qué la luz, más rápido que a trescientos mil kilómetros por segundo.
Bien, pues como vemos los objetos gracias a la luz que nos envían, no los vemos
en el momento presente sino cuando nos enviaron su luz.
Al
mirar el sol —nunca sin la protección apropiada—, en realidad, no lo vemos en
ese preciso instante ya qué su luz tarda en llegar a la tierra unos ocho
minutos, lo qué estamos viendo es el sol en el pasado. Son los ocho minutos qué
ha tardado su luz en recorrer a trescientos mil kilómetros por hora los ciento
cuarenta y nueve mil, seiscientos millones de kilómetros que nos separan.
Próxima Centauri, por ejemplo, está a 4 años luz así qué cuando la miramos es
solo su representación de cómo era hace cuatro años. Otro ejemplo es la Galaxia
Antena qué está a setenta millones de años de aquí. Si hay alguien allí
observando la tierra está viendo a los dinosaurios antes de extinguirse. Que
chulo ¿verdad?
Cuando
más lejos miramos, más lejos viajamos en el tiempo. Hay que preguntarse si
miramos lejos cada vez más lejos podríamos ver el inicio del universo, del Big
Bang. Pues no, no es posible, recordemos que era opaco.
Cuando os volváis a disgustar por no poder sintonizar vuestro televisor recordad que una parte de ese molesto ruido nieve es el eco de la creación del universo y de todo lo que hay en él, incluidos nosotros. Una luz milenaria qué lleva vagando por el universo unos trece mil setecientos millones de años. No sé a vosotros, pero a mí me parece turbadora esa primera imagen de la luz fotografiándose a sí misma en el pasado.
Con esta entrada participo como #polivulgador de @hypatiacafe sobre #PVImágenes
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