Mientras la veía alejarse, esperaba qué se diera la vuelta y me
viera espiándola, pero no lo hizo. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Qué motivo podía
tener? Ninguno. ¿O sí? Me preguntaba cómo no supe verlo. De hecho, no faltaron
señales que sugerían que había algo extraño en ella, pero eso me gustaba, me lo
tomaba como un reto y lo justificaba pensando que todavía no la conocía lo
suficiente.
Se había despedido con
uno de sus intensos abrazos qué tanto me gustan, deseando vernos el fin de
semana y pasear juntas por la feria del libro de segunda mano. Ella es una
ávida lectora. Otra atractiva cualidad. Si bien, ahora me pregunto si se
emociona. Si al interpretar las manchas de tinta esparcidas con orden en
cuartillas blancas era capaz de sentir ternura, asco o miedo, como yo.
Es qué, ¡mi querida
amiga es un humanoide! Había oído hablar de ellos, sin embargo, el
descubrimiento me dejó aturdida y tuve qué sentarme en la terraza de un café.
Necesitaba tomar aire y reflexionar.
Ella seguía siendo la
misma, pero yo, de pronto, no la veía de igual modo. Todo lo qué pensaba, decía
y hacía estaba controlado por complejos algoritmos. ¿Pero qué importaba si me
sentía a gusto a su lado? Pero algo había cambiado.
Durante estos tres años,
había sido la amiga qué jamás tuve, sin lugar a duda. Sabía escuchar,
aconsejar, siempre podía contar con ella y nunca me sentí sola a su lado.
Entonces, ¿qué ocurría?
Me obsesionaba pensar
qué, durante todo este tiempo, cada vez qué hablábamos, yo lo hacía con una máquina.
Sin embargo, habla cuatro idiomas, su conversación es ilustrada, sabe
divertirse, jugar y además está estudiando química. Paga impuestos, tiene un
perro, cocina de maravilla, conduce un coche destartalado, pinta y restaura
muebles…Pese a todo ello, no podía dejar de sentirme estafada. ¿por qué?
De pronto la veía como
un ser inferior ¿Puedo considerarla una verdadera amiga si es una creación
humana? No era ella la que había escogido relacionarse conmigo sino unas
ecuaciones matemáticas.
Lo qué nos diferenciaba
era la libertad, pensé. El hecho de poder escoger libremente. Sin embargo, me
quedé intranquila. Y de golpe, la angustia subió a borbotones por mí garganta.
¿Yo lo era? ¿Yo soy libre realmente? ¿Lo somos?
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Esta vez me he metido en un berenjenal aspirando a hablar del
libre albedrío. ¿Somos realmente libres? Es un tema complejo y todavía no hay
consenso entre los expertos. Pero he tomado la decisión libremente y
probar de lo qué soy capaz de escribir.
He pensado qué la mejor
forma era tomar prestado un experimento mental qué ya usó el filósofo holandés
de origen sefardita Baruch Spinoza (1632-1677). Inevitablemente me sobrecoge la
lucidez y la osadía de personas que como él vivieron hace mucho y se
cuestionaron temas tan complejos qué aún, cuatrocientos años más tarde, no
sabemos cómo resolver. Nos sigue explotando la cabeza al pensar en ellos.
Al lío: Imaginémonos en
un tribunal de justicia donde se está acusando a Juana por haber matado a su
mejor amiga. Los hechos son claros. Una sola puñalada fue suficiente. Para la
acusación no hay duda de que ella es la responsable. ¿Pero cuál fue la causa?
Causa 1: Juana encontró
a su amiga Ana en la cama practicando sexo con su pareja, Pablo.
Causa 2: Pablo se
arriesgó demasiado al creer que Juana no volvería, aquel día, del trabajo
antes. Si hubiese sido más prudente Juana no lo hubiera descubierto con Ana.
Causa 3: Genoveva, la
jefa de Juana, estaba contenta porque el Barça femenino, su equipo de fútbol
favorito, había ganado la liga. Con la excusa de celebrarlo, dejó salir a Juana
una hora antes del trabajo.
Causa 4: Jonatan
Giráldez el entrenador del Barça femenino decidió sacar en el segundo tiempo a
Alexis. Esta jugadora metió el gol de la victoria.
Causa 5: Alexis
Putellas estuvo a punto de abandonar su carrera futbolística debido a que no
contaba para nada para los diversos entrenadores que habían pasado por el
equipo. Sin embargo, su padre la animó a que no lo dejara.
Causa 6: El padre de
Alexis, quiso también ser futbolista profesional. Pero dejó su carrera
deportiva porque le ofrecieron un trabajo bien pagado en una empresa de
informática llamada Apple. Siempre se arrepintió de haber dejado el fútbol, por
lo que siempre animaría a su hija a continuar.
Resumamos un poco: Si alguna
de estas causas no se hubiera dado, con toda probabilidad Juana no hubiese
asesinado a Ana. Todas estas causas están entrelazadas como fichas de dominó,
de tal manera que una es condición para la siguiente—es un ejemplo del conocido
efecto mariposa —pero no hemos acabado aún, hay muchas más causas.
Causa 7: Pepe, el dueño
de la ferretería, retrasó sus vacaciones una semana más, por lo que Juana pudo
comprar su reluciente juego de cuchillos de cocina al encontrar la ferretería
abierta en pleno agosto.
Causa 8: Ana y Pablo
chocaron accidentalmente mientras caminaban distraídos disfrutando los óleos de
Édouard Manet en el museo. Sin ese incidente nunca se hubieran liado.
Y aún podemos ir a
escenarios más lejanos, pero igualmente, necesarios para que ocurriera el
crimen:
Causa 9: El metalista
Harry Brearley inventó el acero inoxidable el 8 de agosto del año 1913 en
Sheffield (Yorkshire, Inglaterra) con el qué se fabrican los cuchillos de
cocina como el que compró Juana.
Causa 10: En el periodo
Chatelperroniense del paleolítico medio ya se usaba el llamado cuchillo o punta
de Chatelperron.
Y, más lejos, podemos
llegar a causas que hunden sus raíces en la física más elemental:
Causa 11: Sin oxígeno la
especie humana no existiría y la vida en la Tierra sería muy diferente a como
es ahora.
Tenemos once
condiciones necesarias para que ocurriera el crimen y con un poco de imaginación
podríamos encontrar infinitas. —creando lo que se llama nube causal —Sin
embargo, en la sala donde se está juzgando a Juana se concluye que la auténtica
causante es, únicamente, el libre albedrío de Juana. A nadie se le ocurriría
pensar que el culpable fuera el entrenador del Barça femenino, Pepe el dueño de
la ferretería, los jefes de Apple o, más disparatado aún… ¡el oxígeno!
¿Por qué estamos tan
convencidos de que la única culpable es Juana?
Nuestro admirado
Spinoza lo tenía muy claro: es imposible conocer todas las causas que tuvieron
algo que ver con el asesinato por lo que, simplificamos a lo bestia con
nuestros estúpidos cerebros de primate, y seleccionamos solamente una causa: el
yo libre de Juana.
Pero como hemos visto
Juana no es la única culpable. Los deterministas fuertes dirían. sin dudarlo,
qué Juana no pudo hacer otra cosa porque no es libre, qué el libre albedrío es
una ilusión de nuestra mente. Y posiblemente tengan razón.
Hay que reconocer que si
conociéramos toda la cadena causal podríamos predecir el futuro ya que para un
cierto hilo causal sólo habría un desenlace posible. Sin embargo, de momento,
esto es imposible para nuestras mentes de primate, tal como nos recuerda
Spinoza. Pues… ¡y yo qué me alegro! porqué sino ¿qué motivo tendríamos para
levantarnos cada mañana? ¿Qué nos empujaría a progresar, a escudriñar las
entrañas de la naturaleza y conocer su funcionamiento? ¿Qué nos alentaría a
procrear y seguir viviendo? Si creyéramos qué no somos libres, qué no existe el
libre albedrío, qué no tenemos opción ¿con qué ánimo existiríamos?
Nos percibiríamos como a la humanoide del cuento, sin voluntad. Y eso no mola nada.
Pd: las historias sobre los protagonistas del Barça femenino son
pura ficción.
Con esta entrada participo como #polivulgador de @hypatiacafe
sobre #PVfronteras
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