Ahí está, en el rincón de su habitación al lado del escritorio. De pie, grande. Piernas y brazos de goma color rosáceo queriendo reflejar algo de la calidez de la carne humana, sin conseguirlo. El vestido rojo ribeteado por una pequeña puntilla blanca. Zapatitos de charol con un botón plateado. Cabello negro recogido en dos gruesas trenzas y grandes ojos azules. Su olor pertenece a un tiempo pasado.
Ya no le parece bonita, ni habla
con ella, pero sigue ahí, vigilante. Se ha planteado muchas veces librarse de
ella inútilmente. A todos los que entran en su habitación les cuenta que fue
el juguete preferido de su infancia. Y siempre le dicen lo mismo, que
ha de madurar, que la done a una ONG o simplemente la tire, que es solo un juguete.
No puede hacer eso, ellos no saben que todavía, a veces, rememorarla
alivia su angustia.
Exige demasiado de su entorno retirándose
antes de tener que afrontar la decepción. Y sabe, que entonces, la soledad lo atacara
implacablemente. En sus periodos de aislamiento voluntario no puede dejar de revivir
los tristes años que siguieron a la muerte de su hermana. Bruscamente se hacen
presentes el desamparo y la tristeza. La congoja no lo deja respirar al
recordar el primer día de clase, después del entierro. El pasillo vacío del
colegio, frio, oliendo a desinfectante. El chirriar de la puerta de su clase al
abrirse, todos los alumnos del aula volviéndose para mirarlo con gesto
descompuesto por la lástima. En un instante, de golpe, el espanto de saberse
fuera de sitio. Ya no eran sus compañeros, la muerte lo había convertido en el raro.
Solo la muñeca de su hermana
conoce la desazón de sus entrañas, solo ella sabe consolarlo compartiendo
las experiencias vividas junto a Sara.
Este #relatosJuguetes participa en la iniciativa de @divagacionistas de Reyes 2017.
Suzanne Woolcott - Ilustradora
Suzanne Woolcott - Ilustradora
Desgarrador y maravilloso, Cristina. El valor de un juguete que, a veces, llega a las entrañas.
ResponderEliminarGracias, José Antonio. Es importante tu opinión.
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