Te conozco, te he observado muchas veces desde lejos.
Quiero que sepas que no podré evitarlo, soy esclavo de mi códice interno tanto
como tú, aunque todavía no lo sepas. Por eso no voy a pedirte perdón. Todos
nosotros somos producto de la lotería genética y la evolución de los de nuestra
estirpe. Todos somos cautivos de nuestro destino.
No pienses que soy cruel, porque no lo soy. No lo
podré impedir, está escrito con sangre. Los preceptos son antiguos y las reglas
claras.
Voy a desgarrar el cuerpo de tu madre delante de tus
ingenuos ojos y comprenderás de golpe les lecciones que ella te ha estado dando
desde que saliste de su vientre. La pulsión me dominará. La agarraré y gritará
porque sabrá lo que le espera. Una vez inmovilizada, beberé su sangre que
saldrá a borbotones de su cuello. Y todavía viva, le abriré la barriga y le sacaré
las tripas mientras tiño, de rojo caliente, mi cuerpo con satisfacción.
Tú pensarás que tal vez ella se dejó para protegerte y
te sentirás culpable. No lo hagas, la culpabilidad es solo para los que han de
morir. Tú has de sobrevivirla y hacerte fuerte para tener tus propios
hijos y transmitirles el legado, y que todos podamos seguir girando en la rueda
de la vida.
El ciervo tiene que correr más que el león para que no
lo alcance y lo convierta en alimento. El león debe correr más que el ciervo
para poder alcanzarlo y no morir de hambre. Por la mañana, cuando despunta el
sol y te despiertas, tanto si crees que eres ciervo como león, ¡corre!, te dice
tu madre ¿recuerdas?
Pues ahora soy yo el que te digo que corras cuando
llegue el momento, porque si estás cerca, iré también a por ti. Corre, acelera,
porque hoy voy a ser más
veloz que tu madre.
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