Estuvo hasta bien entrada la noche intentando hacer
desaparecer de su cuerpo toda la variedad de azules imaginables. No le
importaba vivir como un indigente, encerrado durante meses, mientras se
abandonaba al proceso de creación. Teñido de pies a cabeza. Sin embargo, para
la presentación había que ir atildado. Y la maldita mancha azul intenso se
negaba a desaparecer de su pulgar.
A
Alfonso le repateaba tener que lidiar con el postureo. Pero sabía que para tener
éxito en la industria del arte había que moverse en el mundillo, y eso lo sabía
hacer. Se dejaba querer. Llevaba un año trabajando en la nueva colección que
había titulado “Respirando en azul”. Estaba satisfecho. Anna, la dueña de una
nueva galería, había ido detrás de él durante mucho tiempo. Quería hacer
coincidir la presentación de su nueva obra y la inauguración del local. Él
accedió a un precio impúdico.
Una
imperceptible agitación lo hizo llegar antes de tiempo. Desde la calle, la
galería de Anna era realmente bonita. A pesar de la insistencia de su dueña,
nunca se había acercado a visitarla ¿Pereza? La había diseñado un prestigioso arquitecto
del que no recordaba el nombre. Se advertía su mano en cada detalle. Excepto
las paredes de donde colgaban sus grandes lienzos, todo era redondo. Los
cristales del parador, las columnas, el mostrador, los enormes apliques que
colgaban del techo, los pomos de las puertas, los paragüeros... Todo esférico,
y de un blanco inmaculado. Solo los bancos para contemplar las obras, también
redondos, eran rojos y negros. Parecía que los hubieran distribuido al azar por
toda la sala, al menos la que se podía ver desde el escaparate.
Estaba
vacía, era temprano. Alfonso dio la vuelta para entrar por el almacén, en la
calle de atrás, siguiendo instrucciones de la galerista.
—Hola,
Alfonso —dijo Anna, empujando desde dentro para terminar de abrir la pesada
puerta metálica —. Pasa al fondo. Mientras va llegando la gente tomaremos una
copa de champagne para celebrarlo.
—Tendrías
que engrasar esa puerta —sugirió Alfonso mientras entraba y le daba un beso en la
mejilla sin que sus labios siquiera la rozasen—. La galería ha quedado
preciosa, Anna.
Una
vez dentro accedieron a un lujoso despacho en el que presidía un gran cristal
espía, de esos que permiten ver desde fuera. Anna sacó la botella de champán de
un original frigorífico rojo abombado, y luego fue a por las copas.
Alfonso
se había sentado en uno de los sofás, con las piernas cruzadas, de cara al gran
cristal que permitía ver la sala principal. Se estaba haciendo mayor, pensó
Anna, pero todavía era atractivo. Y él lo sabía. Canas cuidadas. Camiseta
amarilla, tejanos planchados y americana negra. Deportivas negras con cordones
amarillos. Gafas de pasta negra. Un lunar en la mejilla derecha y labios
carnosos. Le divirtió ver una mancha de pintura azul en el pulgar derecho. Anna
se preguntó cómo reaccionaría al ver la nueva colección “Hidden”
Sentados en sendos sofás, y con la copa de
cava en la mano, fueron comentando la jugada desde su escondite. Las azafatas
de la exposición recibían a la gente a medida que iban llegando y les entregaban
el catálogo. Los camareros acercaban canapés y bebidas. La sala se iba llenando
de gente que iba formando pequeños grupos. Les parecía oír sus murmullos.
—Tu
obra está gustando, Alfonso. No es de extrañar. Esos azules ultramar que has
utilizado son espectaculares.
—Gracias,
Anna.
—¿Qué
es lo que te hace tan especial?
Él
le habló de su proceso de creación. Unas veces doloroso y otras placentero. Y cómo
surgían las nuevas ideas en su cabeza sin proponérselo.
—El
verdadero artista es el que es capaz de inspirar emociones, de manipularlas. Y
tú lo haces, Alfonso. ¿De dónde crees que viene ese talento tuyo? —insistió.
—No
lo sé.
Era
la primera vez que verbalizaba esa inquietud. Se colocó bien las gafas
empujando con el dedo índice y cruzó la otra pierna.
Cuando
la sala principal estuvo llena, Anna cambió de tema.
—Tengo
una sorpresa para todos. A las 12 del mediodía abriré la sala interior que da
al patio, y ya casi lo son. Tendría que salir. ¿Te vienes?
—¿Una
sorpresa? ¿De qué se trata?
—Sal
conmigo a saludar a tus incondicionales y lo verás.
—Prefiero
quedarme un rato más —contestó aferrándose a los brazos del sillón y levantando
las cejas.
—Como
quieras, tú te lo pierdes —guiñó un ojo —, te sorprenderá, ya verás—. Se
levantó y salió por una puerta a un costado del cristal espía.
Alfonso
se sintió poderoso tras el cristal. En la sombra. Observó como los asistentes
iban construyendo una melé alrededor de Anna. Seguro que la felicitaban por su
espectacular galería y el acierto de inaugurarla con su obra. Había que reconocer
que la mujer tenía arrojo a pesar de su juventud. Le apetecía retrasar un poco
más su entrada. Suspiró relajado y se frotó la mancha azul de su dedo.
Dos
grandes cuadros de Alfonso cubrían la pared del fondo. Delante, una tarima.
Anna se subió a ella y habló durante un rato. Luego se giró hacia los cuadros.
Cuatro operarios descolgaron los lienzos con cuidado y se los llevaron. Alfonso
se agitó en su sillón. Luego, la pared donde había estado expuesta su obra, se partía
por la mitad. Se fue abriendo despacio, dejando ver un amplio espacio diáfano
de cuyo techo colgaban grandes lienzos. Los presentes se miraron agitados, murmurando
y entrando ordenadamente. Alfonso, contrariado, se levantó. ¿Qué estaba ocurriendo?
Al
entrar en la sala, muchos se acercaron a saludarle. Grandes sonrisas, apretones
de manos y elogios. Alfonso se los fue sacando de encima con tacto y entró en
la nueva sala. Los cuadros eran magníficos. Cada obra representaba una emoción.
En un lado estaban el miedo, la ira, el odio y la sumisión. Y en la otra la
alegría, la felicidad, el placer y el equilibrio. Imágenes inmersas en un
contexto de color. El artista había trabajado sin definir los contornos de lo
que parecían rostros. Figuras inquietantes. Los colores, por sí solos, eran
capaces de reflejar toda la incertidumbre del ser humano. Pinceladas gruesas y
seguras. Puro sentimiento.
Alfonso
estaba maravillado. Y quiso conocer al artista. Intentó llegar hasta Anna,
engullida por una marabunta de cabezas y brazos. No lo consiguió.
Se
fue a por un catálogo. Impaciente, buscó con la mirada a una azafata.
—Impactante
exposición, ¿verdad? —dijo la ayudante mientras le acercaba el grueso folleto.
Alfonso
le dio las gracias. No lo había reconocido. En la portada del catálogo estaba
representado un detalle del lienzo titulado Felicidad
y en letras minúsculas el título de la exposición. “Hidden”. Oculto, tradujo
del inglés. Acercó su nariz. El olor a tinta, como el de pintura, le cautivaba.
Ojeó con rapidez, buscando el nombre del creador de esa maravilla. Abrió
despacio la hoja escrita y leyó: “¿El arte del futuro?” “Hidden. La primera
exposición pictórica de una I. A. capaz de innovar”.
Alfonso
no siguió. Con mano temblorosa dejó el catálogo encima de una mesita redonda de
color negro. Se frotó la mancha azul de su pulgar y, despacio, silencioso y con
la vista en el suelo, se encaminó hacia la salida.
Las redes neuronales empezaron a ser estudiadas en los
años cincuenta en paralelo con la emergencia de los primeros ordenadores y la
cibernética. Se basan en la imitación de algunas de las funciones características
de nuestro cerebro. Simulando las neuronas como sistemas, más o menos simplificados,
interconectadas de forma masiva.
Se
ha conseguido que estas redes posean la capacidad de almacenar recuerdos, resolver
problemas de optimización, imitar propiedades de la percepción y son buenas
reconociendo patrones. Sin embargo, a diferencia de sistemas clásicos simulados
por ordenador, las redes neuronales resuelven problemas complejos calculando de
forma similar a lo que tiene lugar en el interior de nuestra cabeza.
En
los años ochenta, Fukushima, consiguió extender la red a otros problemas de más
complejidad como reconocer letras, aunque estas estuvieran deformadas de
distintas formas. Pero se detuvo aquí. Habría que esperar a principios de este
siglo para que se avanzara en varias innovaciones en el hardware y en la forma
de construir redes. Surgiendo un sistema llamado “deep learning” (aprendizaje
profundo)
La
red de Fukushima era capaz de extraer la representación abstracta del símbolo
(una letra) En las redes “deep learning” se ha logrado algo similar, pero con
imágenes. Hoy es posible entrenar estas redes mediante millones de fotografías
para que puedan también extraer multitud de componentes de cada una de ellas y
ser capaces de identificar, en una imagen que jamás haya visto antes, diversos
objetos, paisajes o personas. Su capacidad de reconocimiento de imágenes y su
plasticidad para extraer distintas capas de contenido semántico son impresionantes.
La
cuestión es si se está cerca de crear una máquina capaz de crear como lo hace
un pintor o un músico. El aprendizaje
profundo “deep learning” imita lo
que sucede en el cerebro humano, pero solo de una manera superficial. La razón
de ello es que no podemos imitar el cerebro humano en toda su complejidad
porque ni siquiera sabemos cómo funciona. Pero los últimos éxitos
inesperados son un aviso para los escépticos. Tal como dice Ricard Solé en su
libro La lógica de los monstruos: “Durante la evolución que lleva nuestra
especie se han dado saltos importantes que implicaron reutilizar distintas partes
del cerebro de formas nuevas, conectando entre sí áreas de procesamiento hasta
entonces inconexas. Las redes que hacen procesamiento masivo de imágenes,
palabras o música todavía poseen una arquitectura relativamente simple, pero
nada impide que - si poseen suficiente plasticidad y potencial de evolución-
desarrollen formas novedosas de mejorar su manera de “entender” el mundo. Y no
hay que olvidar que el estudio de la mente creativa indica que la naturaleza
está lejos de ser continua”
Este cuento participa en la iniciativa de @hypatiacafe del mes de abril 2019, sobre el tema #PVarteyciencia
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