Todavía llevaba la ropa de montar y olía a sudor.
Subió con agilidad al carruaje que debía llevarla de incógnito. Dio las
instrucciones al cochero y cerró las cortinas de terciopelo rojo. Los cuatro
caballos arrancaron con rabia al son del látigo, empotrándola contra
el respaldo del asiento.
Solo disponía de unas horas. La emoción que sentía la
asustaba un poco. Iba a conocer ese mundo oculto de primera mano. Se decían
tantas cosas sobre él… Allí dentro iba a estar sola. Levantó una esquina del
estor para atisbar fuera sin que la vieran. Era la ciudad más bonita que había
visto del país que tenía que acogerla.
El cochero atizaba a los animales para que se abrieran
paso entre la muchedumbre. Gritaba a todo pulmón para que se apartaran, pero el
rumor y el trasiego del mercado acallaban sus esfuerzos. Los transeúntes permanecían
ciegos al peligro de las pezuñas equinas.
Puestos con extraños instrumentos de música emitían
sonidos nunca oídos. Niños vestidos con harapos jugando detrás de los
tenderetes, mientras mujeres alegres de palabra ágil embaucaban a
incautos caminantes. Mostradores repletos de frutas estallando en vivos colores
y dulces aromas, y campesinas aspirando a obtener unas monedas por las
perfumadas especias que ellas mismas cultivan en sus casas. Hombres grandes
como castillos de andares agresivos, esquivando a gallinas amontonadas en
cestos. Jóvenes ladronzuelos imposibles de atrapar, observando a elegantes
damas seguidas de sus sirvientas cargadas con los enseres adquiridos. Corderos
atados a estacas esperando su cruel destino, junto a pescaderas ofreciendo
fresca mercancía. Las calles contagiaban
alegría.
Llegaron. Mary observó el imponente edificio de bóvedas
redondas. Suspiró, se peinó con la mano su gruesa cabellera, se
aseó el rostro con la blusa y bajó a la vía. Luego expulsó el polvo con energía
de su atuendo y entró.
Una vez dentro del edificio observó que las mujeres
iban desapareciendo por una pequeña puerta al fondo, adornada con
hermosos relieves, no sin antes entregar una moneda a la mujer de aspecto
cansado que permanecía sentada en una esquina. Ella hizo lo observado y acompañó
la gratificación con un saludo. Mary había aprendido nociones del idioma
durante el viaje de ida, y deseaba sumergirse en esa cultura que se le
antojaba exquisita a pesar de lo que se decía de ella.
Notó que subía la temperatura y la humedad. Las cinco
estancias por las que fue pasando estaban construidas de piedra y mármol, sin ventanas, y estaban
perfumadas con esencia de jazmín. La luz entraba por los grandes techos
abovedados abiertos al exterior por multitud de pequeños agujeros en forma de estrella.
Inmediatamente evocó la visión del firmamento en una noche despejada y suspiró. Al absorber el aire caliente le pareció que se ahogaba y se dijo que mejor
sería respirar y moverse despacio.
Trabajadas columnas sostenían las cúpulas que daban solidez a los
espacios. Sofás de mármol recubiertos de cientos de cojines de vivos colores donde
predominaban el dorado y el rojo. Azulejos pintados con motivos geométricos en
los bajos de las paredes. En la sala principal, el suelo de mármol estaba muy caliente,
y en los cuatro puntos cardinales había
fuentes de agua fría para poder refrescarse con libertad y tolerar mejor el calor.
El agua sobrante fluía por el suelo por canales
pensados para ello.
Estaba lleno de mujeres, todas desnudas con la
naturalidad de la infancia. Unas mantenían conversaciones relajadamente,
mientras que otras se aseaban o simplemente dejaban pasar el tiempo. Sus
cuerpos le parecieron hermosos y las largas cabelleras trenzadas, y
adornadas con piedras preciosas, arte.
Mary seguía vestida con su traje de equitación, que sin duda les
parecería una extravagancia, pero en ningún momento se rieron de ella o fueron
impertinentes. La recibieron con curiosidad y cortesía. Quedó impresionada por
el refinamiento de sus maneras y de su educación. No conocía ninguna corte
europea en la que sus damas se hubieran comportado tan amablemente con una
extranjera. Se atrevió a sacarse la blusa y aprovechó para lavarse.
A Edward, su marido, lo habían destinado como
embajador de Inglaterra en la corte otomana y ella no se lo había pensado dos veces, quería conocer mundo a pesar de la oposición
general. Siempre decía que la gente habla y habla sin saber, y que les da pereza comprobar si son ciertas las habladurías.
Mary Montagu desde joven quería comprobarlo y verlo todo por sí misma, y así lo hizo durante
su emocionante vida.
Me he basado en la vida de Mary Montagu. (1689-1762). Fue una aventurera inglesa,
feminista, sin prejuicios y con una fuerte determinación. Fue el primer
occidental en visitar un hammam, baño turco. Escribió cartas y libros sobre sus
experiencias. “El baño turco” un cuadro de Dominique Ingres, está inspirado en
sus descripciones.
También fue la que
introdujo la inoculación, precursora de la vacuna en occidente. Observó que en
Turquía tenían controlada la viruela, enfermedad que estaba haciendo estragos
en Europa. Se informó de lo que era la inoculación y la puso en práctica con su
propio hijo demostrando su eficacia.
Por si queréis
saber más sobre ella:
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