Enterrarla ha sido duro, muy duro. Y en estos últimos
días, que ha estado postrada en la cama, no he podido evitar revivir lo
sucedido en Surinam, hace ya dieciséis años. La extrañaré mucho, y solo me
consuela saber que no tendré que volver a mentirle.
El calor se
había hecho insoportable. Llevábamos tres días metidas en una insalubre
habitación, la fiebre no aminoraba y seguía inconsciente. Me decía, que al
menos pudimos llegar a Paramaribo y le suministraban quinina de forma regular;
pronto mejoraría.
Un día, al
amanecer, pareció despertar y me acerqué al catre. Ella me cogió con fuerza del
brazo mirándome desencajada.
—Dorothea, hija.
—Dígame madre —contesté.
—Deshazte de la araña
—sugirió en voz baja.
Fue la primera vez que
nombró la araña; deliraba, pensé. Recuerdo humedecer un paño para
refrescar su rostro y secar las gotas de sudor que le brotaban de la frente. Me
angustiaba verla sufrir y empecé a plantearme que tal vez habría que volver
antes de lo previsto a Holanda.
Por otro lado la
expedición había sido un total éxito. Nos habíamos adentrado en la espesa selva
al encuentro de las mariposas Danaus erippus. Estuvimos allí suficientes
días como para poder dibujar con todo detalle su metamorfosis. No hay nada más
excitante que ver la naturaleza en acción. Pudimos contemplar como explosionan
las crisálidas, el despliegue de las delicadas alas y su primer vuelo. La
comunidad científica de Ámsterdam esperaba sus dibujos con premura para estudiarlos y poder llegar a
comprender los mecanismos de la metamorfosis. Estaba y estoy orgullosa de ser
la hija de Maria Sibylla Merian, pero en aquel momento creí que estaba
perdiendo la razón.
—No hay ninguna araña
cerca madre —intentaba tranquilizarla.
—Si la hay, si, la
dibujé en una de mis láminas. Me está devorando por dentro. —insistía
visiblemente preocupada.
—La que la quema por
dentro es la malaria que agarró en la selva mientras dibujaba las Danaus, ¿recuerda?
Descanse, no se esfuerce en hablar, descanse. Ya encontraremos a la araña.
Me parecía muy extraño que se asustara de un
arácnido. Pero tan obstinada estaba con el dibujo de la araña que empecé a
pensar que existía de verdad y busqué el dibujo y al bicho, sin éxito.
En otra ocasión,
inquieta, se agarró a mi vestido intentando decir algo. Pensé que a lo mejor
tendría sed; hacía rato que no bebía. Acaricié su mejilla y frente;
estaban ardiendo. Recuerdo retirar el trapo de color verde que cubría la jarra
de agua que había sobre un tosco taburete que hacía de mesita, y empapar uno de
los pocos pañuelos que me quedaban.
—Beba un poco, madre,
le hará bien —le dije mientras escurría el pañuelo mojado dejando
resbalar algunas gotas de agua por sus labios resecos.
—No puedo tragar...Me
duele todo el cuerpo. ¿ya encontraste a la araña? Me está matando. Mira debajo
el colchón. —me dijo alargando el brazo con intención de señalar algo.
—Vé, estoy mirando
debajo la cama y no hay nada, solo estamos usted y yo —le dije agachada debajo
la cama.
Entonces fue cuando me
preguntó por el pequeño indígena por primera vez. Mi madre le había tomado
cariño a aquel salvaje curioso y espabilado. Nos había llevado a rincones donde
crecían plantas, y flores de reveladora belleza que pudimos dibujar con
detalle.
—Y el pequeño Henck...¿dónde está?
—El niño se quedó en
casa del gobernador, ¿recuerda?
—Pobre
pajarito, ve a buscarlo antes de que se enrede en la telaraña.
—No llore madre.
Estará bien. Es esclavo en casa del gobernador, estará bien.
Volvió a perder la
conciencia con un desenfrenado temblor. La tomé de la mano y la abracé hasta
que se calmó. Luego seguí buscando y miré debajo el colchón como me había
sugerido, y allí la encontré. Una lámina en la que aparecía una enorme araña
devorando a un hermoso pájaro de vivos colores. Escondidas junto al dibujo
había varias cartas. En una de ellas mi madre le suplicaba al gobernador de
Surinam que le permitiera comprar la libertad del pequeño esclavo Henck. El
gobernador le contestó que si deseaba entrar en la selva necesitaría hombres
armados y víveres, y no se los proporcionaría si se empeñaba en comprar a esa
alimaña. Mi madre tuvo que ceder, no sin protestar con duros argumentos.
Pasaron los días
y decidimos volver antes a casa. Mi madre ya casi recuperada, pero aún débil,
insistía en que fuera a preguntar en la villa del gobernador por Henck, una y
otra vez. Le contaba que se había escapado a la selva, que era libre. Que si
regresaba nos avisarían.
Nunca
sabrá que encontré a la araña, pero que el pájaro había dejado de luchar
asfixiado en su telaraña. No llegamos a tiempo, Herck había muerto al intentar
escapar desgarrado por los perros que soltaron tras de él.
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Al sentarme delante del
ordenador para escribir para @hypatiacafe el tema propuesto para el 15 de enero
del 2018, #PVmujerciencia, no supe por dónde empezar. ¿Por cuál de las
extraordinarias mujeres, que han contribuido al avance de la ciencia, podía
decidirme? Algunas las conozco, pero a otras muchas ni tan siquiera he oído
hablar de ellas. Así que me propuse documentarme sobre alguna de mis
desconocidas y descubrirla.
Por
otro lado tenía que presentar un cuento en la escuela, donde estoy intentando
aprender a escribir, en el que se hablara sobre el sentimiento de culpa y el
que apareciera una araña. Recordé a María Sibylla Merian y localicé la
impactante lámina que podéis ver. María fue una experta y minuciosa dibujante
de insectos y plantas.
Me gusta
esta mujer valiente e independiente que no quiso depender nunca de su marido ni
de ningún otro. Una mujer del siglo diecisiete que se atrevió a montar su
propio negocio; educar a sus hijas en valores como la curiosidad, el arte, la
precisión, y la admiración por la naturaleza. Exquisita pintora y aventurera,
que se ganó el respeto de la comunidad científica de Ámsterdam otorgándole una
beca para llegarse a Surinam y dibujar el proceso de la metamorfosis de la
oruga a mariposa, transformación, que por aquel entonces, no se conocía
en profundidad.
Además, María, detestaba
la esclavitud y la injusticia; así que, con ella de fondo, fantasee con un
pasaje en Surinam, donde cayó enferma de malaria, al lado de su hija
pequeña, Dorothea que la acompañó. Luego invente a un niño esclavo del
gobernador y….
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