El olor a desinfectante la tiene mareada desde que llegaron y le perturba el
blanco en todo lo que la rodea. Lleva rato observando por la ventana como se
despierta la ciudad sin soltar la pequeña mano de Andrés, se repite que solo
hay que esperar, que todo va bien.
Vuelve la mirada hacia su
hermano que duerme plácidamente. Con la otra mano le retira el flequillo y le
besa en la frente. Se sorprende que huela todavía a leche, pero es que hace
poco que dejó de ser un bebé.
En ese preciso instante, percibe
moviendo de dedos entre los suyos. Se está despertando. Quiere salir al pasillo
y avisar al personal, pero no se atreve a dejarlo solo.
—¡Enfermera! —grita —¡Enfermera!
Una de las sanitarias entra corriendo,
señalando el botón rojo de sobre la cama de Andrés. Le recuerda es para llamar
y así no molesta a los otros pacientes.
—¡Mi hermano se está
despertando! —le dice, para luego sellar sus labios con la mano, excusándose por chillar.
—No pasa nada, no le
suelte la mano y háblele. Es posible que se sienta algo desorientado y le duela
la cabeza; es importante que la vea a usted a su lado. Yo estaré cerca y si
quiere algo presione el botón, por favor.
A Mariana le gusta hacer de
canguro de su hermano cuando sus padres están de viaje por trabajo. Desde que
se independizó lo echa en falta, así que se lo lleva con ella y esos días se
convierten en una fiesta para los dos.
Andrés hace un esfuerzo por
abrir los ojos y Mariana le susurra en la oreja lo mucho que le quiere. Le
explica que no está en casa, pero que no ha de asustarse, ella está allí.
—Hola valiente, ¿me oyes? —Le pregunta al ver que a sus pequeños
párpados les cuesta despegarse.
El niño con los ojos
entreabiertos escudriña el entorno y advierte la botella que cuelga sobre su
cabeza con los tubos de goma canalizando el suero hasta el catéter insertado en
su brazo, y mira a su hermana interrogativo.
—Hola…—le dice con ternura —Fuimos de excursión a la montaña, te caíste por un terraplén y te perdimos
¿recuerdas?
—Si… creo que sí, tropecé
—recuerda —. Me duele —dice tocándose la frente mientras vuelve a explorar con la mirada la
habitación —. ¿Dónde está?
—pregunta.
—Querrás de decir: ¿dónde estoy? —dilucida —. Estás en el hospital, tardamos en
encontrarte. Te diste un golpe y perdiste el conocimiento, pero ya pasó, todo
está bien.
—¿Dónde está? —repite el niño.
—Ya te he dicho que estás en el hospital
tienes un gran chichón, Andrés —¡¿Dónde está, él?!
—¿De quién hablas?
—¡Del gnomo! Mi amigo se cuidó de mí en el bosque.
—¿De qué amigo hablas?
¿Del forestal que te encontró?
—No, no… del gnomo.
Cuando me caí cerré los ojos y al abrirlos allí estaba; me traía un caramelo de
nata y me sonreía. Es un ser pequeño vestido de amarillo con sombrero verde.
¿Dónde está? ¿Lo has visto? He de darle las gracias.
—Los gnomos no existen hermanito.
—Yo lo vi, de verdad…, lo
vi... –
Y como si se le agotaran las
pilas de golpe se duerme con un gesto de felicidad en el rostro.
Convencida de que su hermano
todavía está conmocionado y a punto de pulsar el botón rojo entra en la
habitación el guardia florestal que lo encontró en el bosque interesándose por
el pequeño. Mariana le explica que todas las pruebas han salido bien y los médicos
han llegado a la conclusión de que solo ha sido una pequeña conmoción y un gran
susto.
—Pero —le dice visiblemente preocupada —, mi hermano cuenta que un gnomo le dio un caramelo,
está convencido de ello. No sé qué pensar, ¿tal vez viste a alguien por
allí?
Entonces el hombre se ríe
con una carcajada tan desmesurada que a Mariana le parece del todo ofensiva.
—¡Oye, un poco más de
respeto! ¡Es solo un niño que ha pasado por una mala experiencia!
—Disculpa, no me
malinterpretes. Es que Andrés está diciéndote la verdad. Realmente vio gnomos. Cayó
sobre un campo repleto de Calceolaria uniflora.
—¿Cómo? —pregunta Mariana con los ojos abiertos.
Microcuento reescrito para @hypatiacafe y el tema #PVvegetal
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