Podéis estar seguros qué mí generación, al menos la gente de mí entorno, se
esforzó por intentar dejar un mundo mejor a la siguiente. Plantamos cara, sin
dudar, a la dictadura, a la iglesia, al machismo, al consumismo o al capital. Reivindicamos
la igualdad, la tolerancia, la libertad sexual, los derechos de las minorías
como el de las mujeres, los pueblos y las personas LGTBI. Exigimos un salario
digno y la reducción de la jornada laboral, escuelas para todos y sanidad
universal. Los mismos valores por los que generaciones anteriores lucharon en
contiendas en las que muchas personas perdieron la vida.
Creímos que, cada uno desde su
minúscula burbuja, estábamos contribuyendo, en cierta medida, al bien común. De
hecho, todas las generaciones lo hacen y adelantan un pasito hacia la
humanización y el progreso. Es una lenta evolución cultural en la que
contribuimos todos para bien o para mal.
Mientras, yo había descubierto la
ciencia a través del libro "La vida maravillosa" de Stephen Jay
Gould. (relato mí primera cita con la ciencia en el post qué os enlazo).
Se había erradicado casi por
completo el analfabetismo y la pobreza extrema en nuestro país. Sin embargo,
aún hoy sigue existiendo violencia, xenofobia, homofobia y pobreza. ¿No es
suficiente con una buena educación y una sanidad universal? Caímos en el
decaimiento, convencidos de que el ser humano no tenía solución. Estábamos
perdidos en manos del poder conspirando contra nosotros. Era imposible conocer
la verdad porque había muchas verdades y todas válidas. No existía una verdad
universal.
Si, sí, soy hija del
posmodernismo. ¡Ala! ya lo he dicho. He navegado por la vida en el contexto y
con las herramientas que me han tocado, como vosotros. Es lo qué hay.
Así que solo quedaba dejarnos
llevar por nuestra naturaleza y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida y
eso estaba bien. No obstante, nos fuimos dispersando y polarizando a la vez.
Escuchaba a mis amigos discutir sobre política, todos tenían la solución para
los problemas sociales y económicos, convencidos de poseer la verdad. Tal como
lo veía yo, todos tenían su parte de razón, así qué opté por callarme la mayor
parte de las veces y evadirme leyendo.
Fue toda una revelación la
primera vez qué comprendí en profundidad lo qué era el método científico.
Repito, por primera vez en profundidad.
Me sorprendió qué nadie me lo
hubiera explicado antes y en especial dos de sus características. Una fue la
falsación: si no podía idearse un experimento que pudiera demostrar que una
hipótesis es falsa era mejor no perder el tiempo con ella.
Luego, que el método existe
porque la ciencia, en mayúsculas, no se fía de los científicos. Son humanos con
ambiciones, envidias, sesgos, falacias y atajos heurísticos como cualquiera de
nosotros. No es válida una teoría que proponga una sola persona o grupo. Toda
hipótesis ha de ser revisada por sus pares y llegar a una misma conclusión. Si
un solo experimento la desmiente, la falsea, no es válida.
Y me pregunté ¿No sería un buen
sistema para saber que amigo tiene razón? ¿Pasar por el filtro de la ciencia
toda idea, toda teoría? Sobre todo, después de leer al entomólogo W.O. Wilson
padre de la sociobiología y su libro "Consciliencia" qué aboga por la
interrelación de todas las disciplinas. La física se ajusta a las leyes del
universo, la química se ajusta a las leyes de la física, la biología a las de
la química, la vida a las de la biología y así sucesivamente hasta llegar a la
conciencia o lo qué queráis. Como muñecas rusas.
Entonces, pensé. Ya está, para
saber qué amigo tiene razón, cuál de ellos posee la verdad, es sólo cuestión de
usar el método científico a sus teorías y podremos predecir cuál es la correcta
y actuar en consecuencia para el bien de todos. Así de fácil. La ciencia se
convirtió para mí casi en una religión, craso error.
Había obviado dos cosas: Qué es
más fácil llegar a leyes, qué nos ayuden a predecir cómo se comportará un electrón,
que saber cómo lo hará un grupo de personas. La física es computable, medible y
las ciencias sociales son tan complejas e intervienen en ellas tantas variables
qué, de momento, nos es imposible medirlas todas para poder predecir el
comportamiento de una turba, por ejemplo.
Y luego, fue precisamente que la
ciencia es falsable, ese concepto qué tanto me había impactado. Olvidé qué la
ciencia es la primera en saber que sus teorías se regulan a sí mismas y se van
ajustando a medida que la tecnología lo permite. Una teoría es correcta hasta
que se demuestra qué no lo es o está incompleta. Y esa es precisamente la mayor
cualidad de la ciencia, se rectifica a sí misma. Olvidé qué la ciencia, de
momento, tampoco puede dar verdades absolutas, solo modelos, aproximaciones,
qué se van acercando a cómo funciona nuestro
mundo.
Hay que seguir cultivando el
pensamiento crítico y el escepticismo, porqué habrá que seguir navegando en la
incertidumbre durante un largo tiempo.
"El futuro requiere sabiduría. Un futuro en el
que aprender a escuchar con atención las disonancias. Sondear los medios tonos.
Detectar las ambigüedades en los enfoques de los problemas que tratamos.
Perfeccionar la capacidad de deslizarnos entre los recuerdos selectivos del
pasado, y un futuro incierto."
Sergio Parra
Con esta entrada participo como #polivulgador de @hypatiacafe sobre #PVprimeravez
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