Nada anunciaba el giro que tomaría mi vida
esa mañana en la que corriendo subí al metro para llegar al trabajo lo más
rápido posible. Fue cerrarse las puertas y verlo de pie apoyado en el asidero
de metal. Era el único negro del vagón; lo reconocí al instante. El tiempo había
cincelado sus huellas sin compasión, pero seguía siendo alto y elegante.
Afloraron sensaciones desordenadas que
habían estado arrinconadas en la memoria; los niños; el río Níger; los mercados
llenos de colores; el olor a humedad del trópico. Su misma actitud segura,
recostado como ahora en la barra del vagón, en el enorme mango del patio
mientras saborea despacio el dulce néctar del fruto amarillo. Luego las
emociones invadieron mi mundo y la alegría me obligó a dirigirme directamente a
donde estaba él.
-Hola, Salek... -le digo con timidez-. Cuánto tiempo...
-Hola, Elena. Qué alegría me da verte.
Reaccionó sorprendido y con
una sonrisa sincera mientras acercaba su bello rostro para besar mi mejilla.
-Mucho tiempo, sí...Quién nos iba a decir
que nos encontraríamos en “Babilon” ¿eh? -me dice con sorna.
Hacía mucho tiempo que no oía la expresión
“Babilon” haciendo referencia a la torre de Babel, y como metáfora de la
ambición de occidente.
-¿Cómo estás? ¿Qué haces en Barcelona? -quise saber.
-Pues verás -contestó con tristeza-, he
tenido verdaderos problemas con la financiación de Kalanden desde que empezó la
crisis en Europa, justo después de irte tú. He conseguido que me citaran en
varios ayuntamientos, a ver si consigo que alguno se ilusione con el proyecto.
-Siento mucho que estéis tenido problemas
-me lamenté sinceramente-. Me acuerdo mucho de todos vosotros, de la alegría que se respiraba en la
escuela y de los niños.
Era cierto que de vez en cuando todavía
rememoraba ese año, y sobre todo lo recordaba a él.
-Tengo que contarte muchas
cosas,
Elena -me dijo mientras rozaba
delicadamente la palma de mi mano con sus largos dedos-. ¿Puedes tomar un
café? -me sugirió.
-Ahora no puedo, llego tarde
al trabajo. Pero podríamos quedar esta noche, te invito a cenar.
-¡Hecho! -respondió con alegría
mientras me daba su tarjeta: “Salek Traoré.
Director de la escuela Kalanden. Porto Novo”. Y dos teléfonos, uno con prefijo
de Benín y otro de España. Nos despedimos con un abrazo cohibido por el tiempo
y la distancia.
Mientras salía el exterior mi corazón
palpitaba de emoción. Nunca me atreví a contarle la verdadera razón de mi marcha. No quise
arriesgarme a crear una familia allí con él. Sabía que si me quedaba tenía que
encajar en su cultura, y no me vi capaz. Las tradiciones estaban y están todavía muy presentes y no podía asumir algunas de ellas. Con los años he lamentado mi cobardía. Hubiera podido hacer
mucho, en África todo estaba por hacer y todavía
lo está
No quise cercenar mi vínculo y como docente
me fui especializado en inmigración africana.
Dos años después de mi regreso, mientras tramitaba la
adopción de mi hija Mel en Togo, me enteré por Kaba, amiga de una de sus tías,
de que se había casado. Era inevitable, en la cultura
africana se es un infeliz si no se tiene una familia propia. Yo también tenía
muchas cosas que contarle.
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