Agradecí que la cama del hospital fuera mullida y amplia. Desde la operación
no había podido dormir. Me torturaba no poder moverme. Y ese olor a
desinfectante me aturdía.
Su
visita lo alteró todo. Llevaba dos décadas en absoluta oscuridad. Resignado a
las tinieblas y a vivir en las calles; a sobrevivir de la caridad. Una segunda
oportunidad, una nueva vida —dijeron—. Que me operarían gratis. Querrán algo
cambio —pensé—. Y, además, ¿y si no funciona? Sería como
volver a perderlo todo. Que confiara —dijeron—. Que confiara… ellos no han vivido en el
asfalto.
En
mi juventud trabajé en una ferretería. Postrado en la cama, y sin poder
moverme, intentaba distraer mi mente recordando los nombres de las
herramientas, la métrica de los tornillos, de los tacos o la tabla de
conversión a pulgadas. El reposo fue desolador.
—Buenos días, Deion —me saludó la doctora con su
agradable voz—. Llegó el gran momento. Voy a sacarte todo esto.
Noté
cómo manipulaba las vendas que protegían mis ojos. Su dulce perfume. Sus manos
expertas. Me sentí desfallecer. Mi corazón ardió y golpeó mi pulso. Iba a estallar.
Me agarré con fuerza a la silla donde me habían sentado. Y clavé mis uñas en los
reposabrazos de madera.
—No
abras los ojos de golpe —me advirtió con dulzura—, llevan mucho tiempo a
oscuras. Primero confórmate en disfrutar de la luz que atraviesa tus párpados.
Es la señal de que hemos extirpado con éxito las cataratas. No corras. Yo te
avisaré.
Tal
como dijo los primeros rayos de luz atravesaron mis párpados y llegaron a mis
pupilas. Me invadió la emoción, y pensé que el milagro se había producido. Me
hubiera conformado con eso, con un teatro de sombras. Y esperé intranquilo su
señal para poder abrir los ojos. El júbilo se fue apoderando de mí mientras
ella seguía trasteando.
—Ábrelos
muy, muy despacio y si te es doloroso ciérralos con suavidad. Verás algo
borroso, date tiempo, ¿vale?
Así
fue al principio, solo claroscuros. Todo se movió a mi alrededor sin control.
Me mareé. Luego, despacio, las imágenes se fueron definiendo.
—Qué
bonita sonrisa tiene usted, doctora Bath.
—Es
la alegría que me produce verte feliz, Deion.
—Doctora,
¿es usted negra?
—Si,
soy de Harlem como tú.
—¿No
le han dicho nunca que es usted valiente; toda una guerrera? Mi heroína...
—Gracias,
Deion… jajaja
—Gracias
a usted por devolverme la vista, y con ella mi dignidad. ¿Puedo abrazarla,
doctora?
—Si.
ESTE MICRORRELATO ESTA INSPIRADO EN PATRICIA BATH
https://en.wikipedia.org/wiki/Patricia_Bath
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