Lise colgó el teléfono con brusquedad. Los compañeros que había en la sala
de profesores se volvieron hacia ella. Interés que rechazó con un gesto de
cabeza. Se alejó con rapidez a través del pasillo de la facultad hasta salir al
bosque del campus. Necesitaba respirar aire fresco. La noticia le había dolido
a pesar de que sólo había confirmado lo que ya sabía.
Con
el apremio había olvidado ponerse el abrigo. Salió solo con la bata del
laboratorio que le iba demasiado grande y la hacía parecer más menuda de lo que
era. A pesar del intenso frío se paseó durante un buen rato mirando el suelo y
con un cigarrillo en la mano.
Lise
no había desayunado y aunque no tenía hambre una infusión le sentaría bien.
Entró en la cafetería-restaurante de la facultad de historia. Allí nadie la
conocería. Se sentó en una de las mesas que daban a la ventana de cara al
camino y al bosque. Fuera unas bicicletas esperaban a sus dueños. Se preguntó
si estaría a tiempo de aprender a ir en bicicleta. Y dejó escapar un triste
mohín mientras se arreglaba el recogido. Unos cabellos canos se le resistieron
tercos.
Una
jovencísima camarera se le acercó a la mesa y le preguntó qué deseaba tomar.
Lise, antes de poder contestar a la chica, vio entrar en el establecimiento
a un hombre alto de unos sesenta años, con gran bigote y una ancha quijada. Se
levantó de inmediato.
—¿Otto?
—gritó con fuerza.
Tensionó
toda la musculatura, y levantó un poco el labio superior endureciendo el
rostro.
—Creo
que se confunde. Me llamo Alf. Alf Karlsson —dijo el hombre sorprendido.
—Disculpe
creí que era usted otra persona —contestó al percatarse de su error
Tanto
Lise como la camarera siguieron con la mirada al hombre que fue desapareciendo
al fondo del ruidoso local.
—Se
parece mucho al profesor Otto Hahn —dijo
la joven con la boca entreabierta—, ¿verdad, profesora Meitner?
Lise
se sorprendió que la muchacha supiera quien era Otto y más aún que la
reconociera a ella. Se la miró con interés; menuda, mirada escurridiza y
movimientos ligeros. Se vio reflejada en esa chica a su edad. Le preguntó cómo
era que sabía quién era Otto. La joven, que se llamaba Judith, le contó que era
la hija de los dueños del bar y que estudiaba química. Lise le sonrió y le
pidió un té con miel.
Mientras
Judith se dirigía a la barra a Lise le invadió el deseo de poder desaparecer
unos días. ¡Treinta años de estrecha colaboración y de sincera amistad!...
No esperaba que Otto pudiera ser tan ruin a pesar del miedo que pudiera
tener a las posibles represalias a su regreso a Alemania.
—¿Puedo
sentarme en su mesa profesora? —preguntó Judith mientras le servía té con miel.
Lise
asintió con aspereza.
—¿Ya
se conoce quién ganó el premio Nobel de Química? —preguntó Judith sentándose en
la mesa.
—Me
llamaron para comunicármelo hace un rato. Se lo han otorgado a Otto Hahn por
sus trabajos sobre la fisión del núcleo.
—Profesora
Meitner, ¿por qué no está usted en la ceremonia de entrega de los Nobel?
—No
me invitaron.
—Vaya...
lo siento —dijo Judith acercando un poco más la silla a la mesa.
Lise
no contestó. Se encogió de hombros, frunció las cejas y apretó los dientes.
—¡No
es justo! — siguió la joven visiblemente contrariada.
—¿Sabes
lo que más me he ha dolido? —dijo Lise—. Que Otto ni tan siquiera me nombrara
en su discurso de agradecimiento al recibir el Nobel —contó turbada, con la
mirada perdida.
De
pronto como si despertara de una pesadilla levantó los ojos y se miró a Judith.
—Oh!
Disculpa, muchacha. Me he dejado llevar.
—No
se disculpe. Es que fue usted, con su física y sus matemáticas, quien dio sentido a los datos contradictorios de
la experimentación del profesor Hahn. Que el profesor ni tan siquiera la
nombrase, es realmente mezquino. Y si me lo permite, hasta cobarde —dijo directa
y asertiva—. A diferencia de usted que es…” buena”
—¿Buena?
¡Mis colegas dicen que soy baja, oscura y mandona! —dijo riéndose de sí misma y
de la ingenuidad de la estudiante —. Solo soy “buena” en mi trabajo.
—Si,
buena —afirmó Judith—. Usted fue la única que no quiso colaborar en el proyecto
Manhattan. Según sus propias palabras, no quiso saber nada de bombas. ¿No es
así?
—Si,
lo es, sin embargo, eso no me hace “buena”
—Pero
sí valiente, humana. Deseo ser una excelente química, sin embargo, no quiero
recibir el premio Nobel si he de parecerme al profesor Hahn. No le importó
trabajar para un gobierno como el de Hitler.
—La
admiro profesora Meitner —siguió Judith—. Para todas las que venimos detrás
suyo es usted un ejemplo a seguir. Nos ha inspirado, allanado el camino a
muchas de nosotras —dijo con brillo en los ojos.
Lise
se la miró, apartó el flequillo de la frente de Judith y le dirigió una amplia
sonrisa.
—Gracias,
Judith. Gracias.
Este cuento
participa en la iniciativa de @hypatiacafe con el tema #PVelementos. Está inspirado en Lise Meitner
Para saber más: Lise en la BBC - Lise en Los Mundos de Brana
En 1982 se descubrió un nuevo elemento al que se llamó meitnerio con número atómico 109. Armbruster , uno de sus descubridores, explicó entonces que el objetivo era "hacer justicia a una víctima del racismo alemán y dar el justo crédito a una vida y trabajo científicos".
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