El poder que
tienen en mi los libros no deja de sorprenderme. Ese feliz baile de ideas y
emociones entre el escritor y yo, su lectora. Un buen comunicador me puede
hacer dudar de un concepto interiorizado del que nunca se me hubiera ocurrido
cuestionar. Este ha sido el caso de El amanecer de todo escrito por
David Graeber, antropólogo y David Wengrow, arqueólogo.
Empecé
a leer ciencia con Stephen Jay Gould, paleontólogo, así qué no me queda otra
que admitir que me flipan nuestros orígenes, y a quien no, ¿verdad?. Pues, este
libro me ha recordado esa primera vez (podéis leerlo aquí).
Antes
de leer a S J Gould creía que la evolución era lineal y progresiva en el
tiempo. Los humanos venimos de los monos. ¿Quién no ha oído esa frase? Pues no
es correcta.
Entre ellos y nosotros, en el laboratorio de la naturaleza, se experimentó con cientos de primates que no llegaron a sobrevivir. Lo que sí es cierto es que los simios y nosotros tuvimos un ancestro común, que vivió hace aproximadamente entre 15 y 20 millones de años según estudios de ADN. Pues bien, el libro qué nos ocupa dilapida otro de estos mitos.
Tenía
muy claro que las sociedades de cazadores-recolectores eran igualitarias e
ingenuas. Qué las desigualdades sociales tenían su origen en la
agricultura. Y que las élites surgieron del control del excedente. Primero
fueron las sociedades de bandas, luego las tribus, las jefaturas, ciudad-estado
hasta llegar a los estados-nación. Una secuencia lineal progresiva tan errónea
como la de los primates. No sé de qué me sorprendo, porque siempre, todo,es más
complejo.
Los
investigadores, en el libro, ofrecen un montón de datos interesantes para
demostrar que hubo distintos intentos de organización social, de hombres y
mujeres nada ingenuos que se organizaron, conscientemente, en sociedades
igualitarias, unas más que otras, que no llegaron a fructificar por lo que no
han llegado hasta nuestros días. Esas sociedades, posiblemente surgieron como
repulsivo a otras organizaciones más violentas y represivas,
Los
escritores, se preguntan, una y otra vez, por el origen de la desigualdad,
desmontando la creencia de que a medida que crecía la población fueron
inevitables las diferencias sociales. No es cierto, que muchos individuos
juntos necesiten inexorablemente de jefes aristócratas y aprovechados para
organizarse. Más individuos más complejidad eso sí, pero se conocen densas
poblaciones que se organizaron de manera más equitativa.
También
desarrollan la hipótesis de que fuera posible el que algunas sociedades
originarias de Norteamérica influenciaran a los pensadores de la
ilustración.
Un
libro intenso que será todo un placer para los amantes de la antropología y la
arqueología.
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